miércoles, 29 de julio de 2009

LLEGA EL DÍA DE LA BODA



12 de Octubre del año 1967

La ceremonia de la boda se celebró a las nueve de la mañana en la iglesia parroquial del Niño Jesus, de Yecla. Mis padrinos fueron mi hermano Martín y su mujer.

Los invitados de Villena, ninguno de ellos tenía coche, tuvieron que utilizar el tren de vía estrecha que había, como ya he comentado alguna vez.

Como era normal, los primeros en acudir a la iglesia fuimos mis padrinos y yo. Llegó después la novia. El sacristán me preguntó a mí si, al salir de la ceremonia, abría la puerta principal de la iglesia. Le pregunté si el hecho de abrirla costaba dinero. Me dijo que costaba trescientas pesetas. Entonces, le contesté, saldremos por donde hemos entrado, es decir por las puertas laterales. Una vez terminada la ceremonia y haber recibido la enhorabuena de los invitados, los recién casados y los padrinos fuimos al fotógrafo para que quedara constancia de nuestro enlace matrimonial.

Sobre las doce de la mañana nos marchamos todos al Restaurante para dar buena cuenta de todo lo que habíamos preparado previamente y que ya he explicado. Todo resultó tal como se había previsto. Los invitados quedaron satisfechos y contentos de haber comido y bebido lo que les dió la gana. Si a esto añadimos que también hubo música de acordeón, pues mucho mejor, porque allí bailó el que quiso y el que pudo. Una vez todo esto acabado, cada cual se marchó a donde le dió la gana. Los familiares más directos de mi mujer, ¡ qué palabra ¡..., y los míos, nos fuimos a tomar café y a quedarnos un poco más tranquilos de tanto ajetreo. Después nos marchamos a casa de mi cuñada María, en donde había vivido mi mujer durante siete años. Estando allí, mi cuñada me preguntó si me apetecía merendar. ¿Tienes algo?, le dije. Me contestó que de salado tenía caballa preparada con pimenton y ajos. Así que, sin pensármelo dos veces, me puse a merendar este delicioso manjar. Algo más tarde nos marchamos a Villena, a casa de mi hermano Martín, a estar con el resto de mi familia. Allí nos pusieron de cenar y estuvimos hasta pasadas las doce de la noche, en que cada uno se marchó para su casa. Mi hermano Pedro y su familia tuvieron que tomar un taxi para ir a Onteniente.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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