viernes, 2 de octubre de 2009

ADIOS A LA ULCERA


Estábamos en los años 78/79. A mí cada vez me daban más obligaciones y mi úlcera en el duodeno me dolía cada día más. Cuando llegaban el otoño o la primavera lo pasaba fatal. Durante dos o tres meses de las citadas estaciones ocurría que, sobre las once de la mañana me entraban unas angustias y dolores de estómago tan fuertes que me obligaban a provocarme yo mismo vómitos para echar lo que había comido en el almuerzo y quedarme tranquilo. A continuación me fumaba un cigarro y se me pasaban las angustias y el dolor. Por las tardes, sobre las cinco, se repetía otra vez lo de la mañana. Así que, entre el mucho trabajo, la consabida responsabilidad y los seis o siete cigarros que me fumaba en ayunas, lo pasaba muy mal. Los médicos de la Seguridad Social me habían visto varias veces. Me ponian un tratamiento y un régimen de comidas.Al principio encontraba algún alivio, pero al poco tiempo estába como antes.
Decidí gastarme los dineros en ir a un especialista del estómago, Dr. Francisco Zaragoza (hijo). Acudí a su consulta al menos cuatro veces. Me ponía un régimen más severo que los otros especialistas, pero yo no mejoraba nada. Cuando pasé la última consulta me dijo: Juan, el único remedio es operarte. Yo le respondí que cuanto antes mejor. No te preocupes, me dijo, te vas a llevar todos los resultados de las pruebas que se te han hecho para que se las entregues a tu médico de cabecera. El te proporcionará un volante para el especialista de Murcia.

El día cuatro del mes de noviembre del año 1.980 fui al sanatorio de D. Miguel Mesa del Castillo, ubicado en Murcia. Este sanatorio realizaba intervenciones concertadas con la Seguridad Social. Cuando entregué los papeles a la enfermera me comentó ella que no me hiciera muchas ilusiones de operarme pronto, porque había una lista de espera bastante amplia, que posiblemente tendría que esperar al menos dos meses. Mire, le dije yo,usted déselos y él dirá cuando. A los quince minutos viene la enfermera y me dice, usted va a tener suerte, tiene que venir el día dieciseis de este mes, a las cuatro de la tarde, para operarse a la mañana del día siguiente. Había llegado la hora de quitarme de encima la dichosa úlcera, que llevaba más de veinte años padeciendo. Las pruebas que aporté del médico de Alicante estaban tan claras que decidieron operarme lo antes posible con un pronostico casi totalmente positivo. Las cosas salieron como se había previsto.
Yo dejé de trabajar a las cuatro de la tarde del día dieciseis de noviembre. Antes tuve que organizar los trabajos de albañilería que se estaban realizando. Los albañiles que había en aquellos momentos eran de la Cooperativa Santomerana. Los trabajos que se estaban haciendo eran embellecer con zonas ajardinadas parte de la zona de oficinas y preparar muestrarios con los pruductos que se fabricaban, para que cuando llegasen los clientes pudieran ver in situ cómo quedaban nuestro materiales.
Pero vayamos a lo de mi operación. Ingresé a las cuatro de la tarde en una de las habitaciones de la primera planta. Esta habitación tenía una salita de estar para los acompañantes de los enfermos. A las ocho de la tarde me dieron un café con leche y colocaron un cartelito en la pared, encima de la cama, que rezaba "quirófano". Estaba en capilla; exagerando, como un reo cuando le van a ejecutar. El dolor de estómago, que no cesaba, y el nerviosismo hicieron que pasara una noche bastante mala. Al día siguiente vinieron las enfermeras, me hicieron algunas pruebas y me dijeron que me quitase la ropa que llevaba puesta, que en unos momentos nos íbamos al quirófano. Estaban allí mi mujer, mis cuñados María y Pascual y mi hermana Fina. Ana, la otra hermana de mi mujer, se había quedado en casa para cuidar de las chiquillas y llevarlas al colegio. A las once de la mañana me bajaron al quirófano. A las dos de la tarde estaba ya en la sala de reanimación. La operación, según el médico, había resultado satisfactoria.

A pesar de las molestias normales de la anesteria y de la operación, me iba recuperando poco a poco. A las cinco de la tarde me subieron a la habitación. Me encontraba bastante espabilado, pero esa noche la pasé con molestias debido al corte que me habían hecho para operarme. El dolor de estómago había desaparecido por completo. A la mañana siguiente, cuando empezaron a repartir los desayunos, nadie puede imaginarse la alegría que me llevé cuando oí los carros con la comida. Esa sensación jamás se me olvidará.

A los ocho días estaba ya en casa y empecé a trabajar, pero de una manera fácil y sin esfuerzo alguno. Se trataba de calcular el material de las obras de cara vista de los planos que los vendedores habían recogido a los arquitectos. Este trabajo era para mí un entretenimiento, y, al mismo tiempo, me ganaba algún dinero extra. A traves de estas notas quiero mostrar mi agradecimiento a todas aquellas personas que me honraron con sus visitas durante mi convalecencia.

Esta es la historia de mi primera operación. Cuando esto ocurría, mi hija menor iba ya al colegio. No le gustaba ir al colegio. Cuando vió que yo estaba en casa buscaba la excusa de que le dolía la barriga; así que no tuve más remedio que darle un par de azotes en el culete. A partir de aquel momento se le quitó el dolor de barriga y continuó yendo a su colegio sin ningún problema.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola sr.Juan
Le voy a denunciar a vd por dar un par de azotes a su hijita. Pobrecilla, que le dolía la barriga.
Sr. Juan, eso es violencia contra la infancia

LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

Datos personales

MIS BLOGS FAVORITOS