jueves, 25 de junio de 2009

MI PRIMER TRABAJO. UN PASTOR DE DOCE AÑOS.

El día 12 de Marzo del año 1950 empecé a trabajar de pastor en una casa de campo que se encontraba a 8 kilómetros del pueblo de Yecla. En esta casa estuve 15 meses. El jornal que me pagaban era de 50 pesetas al mes. Sólo me daban permiso para ir a mi casa cada 15 días, y lo hacía siempre andando. Regresaba el lunes lo más temprano posible para sacar el rebaño.
Aparte del jornal también me daban la comida, que por cierto no era tan buena como parecía, porque los dueños de esta finca también eran pobres y las tierras de las que disponían no les daban para más. El rebaño que yo llevaba se componía de cabras y ovejas, con un total de 70 cabezas. Por cierto, ¡hay que ver lo mal que se llevan estos animales cuando están mezclados!, y, sobre todo, cuando hace calor. Cuando empecé a trabajar de pastor no tuve más remedio que aprender a hacerme la cama, que no era una cama como las de ahora, sino una colchoneta de tela fuerte rellena de paja de la que comían las mulas; y ¡a dormir en el suelo!. Todos los días había que levantarse temprano para ordeñar las cabras, y, a su vez, estos animales hacían sus necesidades dentro de la misma cuadra. De esta manera se aprovechaba toda la basura. Cuando llegaba el invierno me ponían en un zurrón un poco de comida y una botella de agua. Era la comida de todo el día. Si hacía frío o llovía, no había más remedio que aguantarse. Encerrado el ganado, me tenían preparado algún trabajo, por ejemplo llenar la pajera, cortar alfalfa para las mulas, sacudir ramas de olivera o picar esparto. Siempre había mucho trabajo.
Recuerdo que, a los ocho días de estar trabajando de pastor, coincidí con otro pastor en el monte, y nos pusimos a jugar, como chiquillos que éramos, sin darnos cuenta de que mi jefe me estaba vigilando. En aquel momento no me dijo nada, pero, cuando llegué a la finca, lo primero que me dijo fué que, si seguía haciendo lo que había hecho aquel día, no tendría más remedio que despedirme. En aquel momento me juré a mi mismo que jamás me volverían a llamar la atención, cosa que cumplí hasta el último día de estancia en aquella casa.
Muchos días, cuando sacaba el rebaño, me desplazaba a tres kilómetros o más, a unos montes en donde había bastantes culebras y algún otro animal. No eran peligrosos, pero sí que inquietaban algo. En verano era mucho peor porque me tenía que levantar mucho más temprano para salir lo antes posible, antes de que el calor apretase demasiado. Como poco había que estar a las once de la mañana en la finca. Después de encerrar el rebaño, tenía que sacar la basura de las cuadras de las mulas y de la de las cabras. A las cuatro de la tarde, cuando el calor era menos intenso, sacaba de nuevo el rebaño y me desplazaba a unos dos kilómetros de la finca. Recuerdo que una noche eran las doce y no me había retirado.

En más de una ocasión me sorprendía alguna tormenta, y, si caía granizo, me tenía que aguantar sin poder refugiarme en sitio alguno. Un día de verano se me terminó el agua que llevaba para beber, y, ¡cómo me vería de perdido, que intenté beber de mi propia orina! Ya os podéis imaginar lo mal que lo pasé. En este mi primer trabajo fué cuando empecé a dormir en el suelo. Por cama tenía una colchoneta, como he dicho antes.

A los 15 meses de estar de pastor mi madre se hartó de que yo estuviese más tiempo en aquellas condiciones y decidió que dejase el pastoreo. Cuando le comuniqué al dueño que no iba a seguir más de pastor, se lo tomó muy a mal. Me preguntó en qué oficio iba a trabajar. Le dije que con los albañiles. El me decía que no sabía lo que iba a hacer, que si estaba loco. Finalmente tuvo que ir mi hermano Martín a recogerme y a por mi ropa, sin el consentimiento del dueño, que estaba muy enfadado.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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