lunes, 8 de junio de 2009

LOS MUERTOS EN EL SUELO Y LA ESPERITISTA EN ACCION

Por aquellos tiempos las personas se morían bastante jóvenes, en muchos casos de 50 ó 60 años. Creo que la mayoría de las muertes se producían por la falta de medicamentos y porque la medicina no estaba a la altura en que hoy se encuentra. Además hay que destacar los pocos recursos de que disponíamos los pobres.
Para ingresar en los Hospitales se necesitaba que alguien te echase una mano, y, con la ayuda del médico que era el que arreglaba los papeles, podías ingresar como pobre en el Hospital.
En Yecla, cuando una persona estaba muy enferma, avisaban a los curas para que fuesen a casa del enfermo a darle la extremaunción. De la Iglesia salían el cura , el sacristán y el monaguillo, que llevaba una cruz y una campanilla. El monaguillo hacía sonar la campanilla para que los vecinos se arrodillasen al paso de esta comitiva y se diesen por enterados de que alguien estaba muy enfermo. Era casi seguro que el enfermo había fallecido en la madrugada.
En Yecla existía la costumbre de poner a los muertos en el suelo hasta que los de la funeraria iban y lo metían en el ataud. A los chiquillos nos gustaba asomarnos por las ventanas que daban a la calle y ver a los muertos en el suelo.
Cuando pasaban unos días de haber celebrado el entierro, se reunían en casa del fallecido unas cuantas mujeres, en su mayoría de la família, y avisaban a una señora para hacer una sesión de espiritismo. La espiritista trataba de hacer creer a los familiares que el espiritu del fallecido acudía para hablar con ellos. Fingía entrar en trance y empezaba a nombrar al fallecido. Cualquiera de aquellos familiares le decía que quería hablar con él. Se formaba un lío de tres pares de narices porque, además, pedían que acudiesen los espirítus de otros fallecidos para preguntar si estaban en el purgatorío o con las ánimas.

Cuando murió mi padre, mi casa no iba a ser menos que otra en este aspecto. Por si faltaba algo, mi abuela materna tenía una prima que se dedicaba al esperitismo. Una tarde me dice mi madre que no me fuese a ninguna parte que iba a venir la prima Concha, que así se llamaba. Y, efectívamente,sobre las cuatro de la tarde empezó la sesión. Una cosa es contarlo y otra estar allí presente. En mi vida había pasado tanto miedo. Estuve más de tres horas con los pelos tiesos. Creo que en aquella ocasión se me empezaron a caer pelos de la cabeza.

Tenía yo entonces 9 ó 10 años. Entre lo poco que comía y lo poco que aprendía en la escuela, más parecía un ecuatoriano de los que hay por aquí, incluyendo la altura y el color moreno que ellos tienen.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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