miércoles, 17 de junio de 2009

LA IMAGINACION FUNCIONA ... ¡ VIVAN LOS NOVIOS !

Por aquellos tiempos la imaginación trabajaba al máximo. En cuanto tenías ocasión de poder comer algo o de ganar alguna peseta, la aprovechabas.
Recuerdo que, estando un día como a las nueve de la mañana en el mercado, con mi madre, con otras revendedoras y con el hijo de una de ellas que tenía mi edad más o menos, vimos aparecer una boda, y, sin que nadie nos dijese nada, el otro chaval y yo nos incorporamos a la gente que iba acompañando a los novios hasta el lugar en donde iba a celebrarse el convite.
Nosotros dos pensamos que los novios no nos conocían, y mucho menos los padres de ambos. De lo que sí nos dimos cuenta fué de que la gente nos miraba demasiado, ¿sabéis por qué?, por la ropa que llevábamos y, sobre todo, por el calzado. Eran unas albarcas con la suela hecha con goma de rueda de camión. Así era el calzado que usaban los pobres por aquellos tiempos. El caso es que nosotros nos dimos una comilona de padre y muy señor mío. Al final, mi amigo y yo gritamos: "¡Vivan los novios!..."
Cuando volvimos de la boda y contamos a nuestras madres lo que habíamos hecho, no nos lo reprocharon en demasía. Como aquello nos salió bien, lo repetimos alguna otra vez.
Cuando esto sucedió no teníamos más de diez años. Pasábamos mucho hambre. Con tal de comer hacíamos cualquier cosa, eso sí, sin robar ni faltar al respeto a nadie, todo lo contrario de lo que ocurre en estos tiempos. Lo primero que mi madre me decía era que, si no tenía una cosa, que me aguantase, pero que no quitase nada a nadie.
Por entonces el noventa por cien de las bodas se celebraban así: los invitados iban a la Iglesia acompañando a los novios y, una vez celebrada la ceremonia, se marchaban a casa, o bien del novio, o bien de la novia, para celebrar el convite, que estaba preparado de antemano. Iban entrando los invitados a la casa. En la puerta de la misma había dos señores dando en mano a cada una de las personas una tapa típica de Yecla llamada librico, y un cartucho de caramelos.
Una vez dentro de la casa, empezaban a repartir unos vasos pequeños con alcohol: coñac, anís dulce, anís seco y algún otro licor más. A continuación empezaba a sonar la música. De esto se encargaba un señor que tenía un acordeón. Al compás de las piezas que tocaba, bailaban los invitados. Algunos tomaban más alcohol de la cuenta, sin percatarse de que llevaban casi vacío el estómago. Resultado, muchos de ellos terminaban borrachos.

No hay comentarios:

LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

Datos personales

MIS BLOGS FAVORITOS