jueves, 4 de junio de 2009

LAS CIVILERAS

También recuerdo que un año, por Navidad, a los chiquillos de Yecla nos dieron los Reyes Magos un juguete, pero nos tuvieron una mañana desde las 9 a las 12 en la calle con un frío intensísimo. De todas formas, más valía aquello que nada.
Volviendo un poco en el tiempo a cuando mi madre vendía en el mercado, tengo que contar un caso algo desagradable, que por desgracia ocurría con bastante frecuencia a casi todas las que vendían en el mercado, y que era lo siguiente: estabas en tu puesto y de pronto se acercaban dos o tres mujeres y empezaban a decir: "ponme dos kilos de patatas, tres kilos de tomates, dos kilos de pimientos", y ahora esto y esto y lo otro. Cuando tenían las cestas llenas de todo lo que les apetecía, decían que, como eran mujeres civileras (o sea mujeres de guardias civiles), tenían derecho a no pagar nada. Ya os podéis dar una idea de cómo se te quedaba el cuerpo. Pero en esta vida, a fuerza de llevar palos, aprendes a espabilarte. A partir de cuando nos pasó esto, hacíamos lo siguiente: cuando las veíamos venir y siempre que podíamos, mi madre me dejaba a mí solo en el puesto y si por casualidad se acercaban a nosotros, cuando empezaban a decir ponme esto o esto, yo les contestaba que yo no sabía vender, que mi madre no estaba y no sabía cuándo iba a venir. Esta y no otra era la única manera de quitárnoslas de encima. Las vendedoras que no tenían chiquillos para dejarlos en el puesto lo que hacían era dejar el puesto totalmente solo hasta que veían que se marchaban de sus zonas.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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