martes, 23 de junio de 2009

CAMBIO POR TRAPOS Y ALPARGATAS

A Yecla y desde el vecino pueblo de Villena, cada dos o tres semanas, iba un señor, con su carro y su mula, a recoger trapos y alpargatas viejos, que cambiaba por platos, fuentes, tazones y otros cacharros, todos de barro. Dependiendo de la cantidad que le entregabas, te daba más o menos piezas. También había una señora que cambiaba cajas de cerillas por pieles de conejos; por cada piel te daba una caja con 40 cerillas.
Estaba demostrado que por aquella época no tirábamos ni los mocos, porque, cuando nos constipábamos, como no teníamos ni pañuelo para limpiarnos, lo hacíamos con la manga del jersey. Tampoco nos privábamos de chuparnos los mocos. Y aquellos sí que eran mocos, y no los de ahora que son sólo "agüica".
También recuerdo que había una familia que se dedicaba a vender garbanzos torrados, cacahuetes, y "tramuzos". El padre de esta familia recorría todas las calles del pueblo, sobre todo en tiempo de invierno. Si por casualidad yo le pedía a mi madre que me diese de merendar, unas veces me daba una rebanada de pan mojada en vino y un poco de azúcar; otras, por el contrario, si no había nada para merendar, me daba 10 ó 15 céntimos de peseta para comprarme algo de lo que este señor vendía. Por cierto, también se llamaba Juan. Le decía "señor, señor, véndame usted tramuzos". Cuando me los daba, le decía: "Juan, qué pocos me ha dado usted", y él, con cachondeo, respondía: "nene, no te puedo dar menos".
Se comía tan poco y tan mal, que muchas veces te daba un cólico. Si te descuidabas, te cagabas encima. ¿Sabéis cuál era la solución? Llevar los pantalones abiertos por la parte de atrás y, si te veías en un aprieto, no tenías más que agacharte, descargar te pillase donde te pillase, coger una piedra para limpiarte y listo.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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