viernes, 30 de octubre de 2009

ME RETIRO DEL TRABAJO


Cuando cumplí los sesenta y dos años, la empresa y yo llegamos a un acuerdo económico, porque mi objetivo estaba ya conseguido. El acuerdo fue, tres millones de pesetas y dos años de paro cobrando ciento sesenta mil pesetas mensuales. Así hasta que cumplí los sesenta y cuatro años. Como me retiré en el mes de marzo y cumplo los años en el mes de enero, me jubilé definitivamente en enero del año 2002. ¿ Y por qué ?; pues muy sencillo, porque empezaría cobrando doscientas diez y seis mil pesetas limpias todos los meses del año, más las dos pagas extras de verano y de navidad, todo esto teniendo en cuenta que me retiré a los sesenta y cuatro y que me descontaron un 6% del 100% que me correspondía por tener cotizados más de cuarenta y un años. El 6% de descuento se debía a que me jubilé un año antes de los sesenta y cinco.

A partir de aquellas fechas experimenté una enorme tranquilidad, ya no tenía que levantarme cada día a las seis y media de cada mañana. Aún así, los vendedores continuaron llevándome planos de obras para hacer los cálculos del material que necesitaban. El precio por plano era de mil pesetas. Había obras que en veinte minutos ya las tenía estudiadas, otras me costaban una hora o más; pero, en cualquier caso, les hacía un gran favor a los vendedores y yo me ganaba un dinero, que siempre viene bien. Siempre he dicho que, por poco que uno gane, nunca pierde, y que más vale un toma que dos te daré.

Una vez que uno se ha jubilado empieza a plantearse en qué va a emplear el tiempo libre. Me propuse dedicarme a andar, que es muy saludable, para no perder el hábito adquirido en la empresa, donde cada día y a lo largo de casi veinte años hacía una media de quince kilómetros. Como dispones de mucho tiempo libre, puedes hacer bastantes cosas; por ejemplo, hacer nuevos amigos para compartir el tiempo libre con ellos. Puedes hacerte socio del Hogar del Pensionista, donde pasar tres o cuatro horas diarias jugando al dominó, leyendo el periódico o escribiendo cualquier cosilla. Te entretienes también arreglando, siempre que sepas hacerlo, las pequeñas cosas de la casa; si no sabes, mejor el profesional, aunque te cueste un dinerillo.

martes, 27 de octubre de 2009

FALSA CRISIS ECONOMICA EN LA EMPRESA

A principios del año 1996 Forte Los Sotos intenta hacer un Expediente de Regulación de Empleo, poniendo de excusa el descenso en las ventas. Hace una lista de los empleados que, según la empresa, no pueden continuar en la misma debido a los años de antigüedad con que cuenta cada uno, lo que supone mucho dinero a la hora de pagar indemnizaciones.

La lista era ésta:

  • Guillermo Robles, vendedor, 15 años de antigüedad
  • Julio Martínez, palista, 20 años
  • José Ros, cuerpo de fábrica, 25 años
  • José Paredes, maquinista, 20
  • Manuel Mazón, mecánico, 20
  • Antonio Asensio, 20
  • Dolores García, 25
  • Juan Rodríguez, 28

A primeros del mes de enero del año 1996 la empresa pone en conocimiento de los tres enlaces sindicales que hay en ella por obligación y no por gusto, lo que tiene pensado hacer; pero no les dice todavía quiénes van a figurar en la lista. Los enlaces lo comunican a todos los compañeros, lo que provoca ansiedad, estrés y un sin vivir generalizado que rompe por completo la buena armonía que había entre compañeros; porque, claro, ¿ a quién le va a tocar?, era la pregunta que todos nos hacíamos. Todo eran caras serias, mal humor, y así estuvimos quince días hasta que la empresa presentó la lista en la Delegación de Trabajo, la entregó a los enlaces sindicales y la puso en el tablón de anuncios. Como es lógico esto cayó como jarro de agua fría en los que figurábamos en ella. Todo lo contrario ocurrió en los que no aparecían en ella. Lo peor, el comportamiento de algunos compañeros de los no afectados en los despidos; ese mismo día cambiaron por completo de carácter, ya aparecían las risas, ya se gastaban bromas como si allí no hubiese ocurrido nada. ¡Hay que ver cómo cambiamos las personas en tan poco tiempo!

A los dos o tres días de aparecer la lista nos dieron en mano a cada uno de los afectados la carta de despido. Yo, particularmente, no le deseo a nadie que pase por momentos como éste, y menos llevando veintiocho años dejándome la piel cada día y en cada cosa como si fuese mía la empresa. Pero eso no me pesa porque a mí me parieron así.

Ante esta situación lo primero que hicimos los afectados fue ir a Comisiones Obreras de Orihuela. Todos estábamos afiliados a este sindicato. La primera decepción que llevamos fue que los delegados del sindicato nos dijeron que la cosa no estaba nada fácil para nosotros, que teníamos el 50% de posibilidades de ganar, y que, si nos metíamos en juicio con la empresa, ese juicio podía durar cinco o seis meses, y que durante ese tiempo no cobraríamos ni un duro.

Al oir a los delegados sindicales lo que opinaban de nuestro problema tomamos la decisión de ir a Murcia y buscar un abogado laboralista para que llevara nuestro caso. A este señor le enseñamos nuestras cartas de despido. Nos dijo que eran despidos improcedentes, que nos iba a defender a capa y espada, pero que, para empezar, necesitaba 8.000 pesetas, cantidad que le entregamos en ese momento para que no tuviera problemas. A los dos días nos llama y nos dice que no puede hacerse cargo de nuestro caso porque él pertenece a Murcia y no puede actuar en la provincia de Alicante, que es donde está ubicada la empresa Forte Los Sotos; pero el dinero que le entregamos no nos lo devuelve porque, nos dice, lo ha gastado en hacer gestiones y por el tiempo empleado. A esta clase de personas se les llama aprovechados, frescos y sinvergüenzas, ¿ o no?...

En la segunda reunión que tenemos en el sindicato de Comisiones Obreras de Orihuela, los delegados del mismo nos dicen que para los ocho obreros de la lista la empresa no podía pagar nada más que seis millones de pesetas a repartir según años de antigüedad en la misma. Cuando nos hicieron esta oferta estaba ya presente el abogado que la empresa había contratado para echarnos a la calle a los ocho obreros. Nosotros, como era lógico, no aceptamos para nada dicha oferta. Los delegados de Comisiones Obreras nos decían una y otra vez que no sacaríamos más dinero y que únicamente obtendríamos el paro y algo de dinero de la caja de compensación, y a largo plazo. Muy mal se nos estaban poniendo las cosas a todos nosotros. Hasta tres reuniones tuvimos con los delegados de Orihuela y en ninguna de ellas estuvieron presentes los enlaces sindicales de la empresa ni manifestaron nada en nuestro favor. Tras cada reunión que teníamos con los delegados de Comisiones Obreras, el abogado de la empresa, como no había estado presente, preguntaba si habíamos firmado lo que nos ofrecían.

A la semana de estar peleando y rechazando todo lo que nos ofrecían se encedió una luz a nuestro favor. Nuestra compañera de trabajo María Dolores estaba casada y su marido, que tenía un pequeño negocio, necesitaba de vez en cuando una persona que le solucionara el papeleo y, cuando eso ocurría, acudía a un abogado laboralista de Murcia. Nuestra compañera comentó con este abogado lo que nos estaba pasando. Lo primero que le dijo a nuestra compañera fue que no firmase ningún papel de los que le presentaban en sitio alguno. Ella nos lo comunicó a nosotros y le preguntamos si este abogado podría hacerse cargo de nuestro caso. Aceptó sin problema alguno de momento. Este señor lo primero que hizo fue convocarnos a una reunión en su despacho. Nos pidió toda clase de documentos en los que figurase el tiempo que cada uno de nosotros llevaba en la empresa. Estos datos se los pudimos dar a través de las nóminas, en las que figuraba antigüedad y categoría de cada uno. A continuación nos dijo que necesitaba una autorización de los enlaces sindicales de la empresa para poder actuar en nuestra defensa. La autorización se la concedieron sin problema alguno. Creo que fue lo único que hicieron a nuestro favor, habría sido muy fuerte negarse. Lo siguiente que tuvimos que hacer los ocho implicados fue darle poderes para actuar con los derechos que las leyes exigían. Con todos estos requisitos y documentos se presentó en Magistratura de Alicante y empezó a exponer las razones por las cuales nuestros despidos eran improcedentes. Pero todavía faltaba algo. Nos dijo que hacía falta un auditor de cuentas para ir a la empresa a escarbar en el tema económico y que esto nos podía costar unas 100.000 pesetas. Le dijimos que tirase para adelante porque estábamos dispuestos a todo.
Pero mira por dónde, alguien obtuvo documentos que sin querer vinieron a sus manos y se los presentó a nuestro abogado. Con aquellos documentos nuestro abogado hizo una demanda a la empresa presentándolos en Magistratura. Esto eliminaba el tener que contratar al auditor de cuentas que nos había pedido, cosa que nos alegró muchísimo. La empresa, al ver que las cosas las iba teniendo más dificiles, optó por meternos miedo diciéndonos que si no firmábamos los despidos incrementaría la lista y que, en vez de ser ocho personas, íbamos a ser diez, y por el mismo dinero, es decir 6 millones de pesetas. Nuestro abogado nos decía que nosotros tranquilos, que las cosas empezaban a ponerse bien. A todo esto, la fecha de los quince días que teníamos a partir de cuando nos dieron las cartas de despidos se iba acercando. Recuerdo que una noche, estando yo en casa, llamó el jefe de personal de la empresa pregúntandome quién era el abogado que nos estaba llevando el caso, cómo se llamaba, de dónde era. No fiándome, le contesté que no sabía nada de nada, cosa que no le convenció. Peor para él. Supuse que era para entrar en contacto con el abogado y ver de convencerle económicamente para que diera marcha atrás; pero no lo consiguió. La empresa continuó poniendose nerviosa a raiz de que su abogado hizo acto de presencia en Magistratura, y más todavía cuando le comunicaron que las cosas se les estaban complicando.

A partir de esos momentos nuestro abogado nos dijo "¿veis qué prisa tiene la empresa en que esto termine? Pues ahora van a correr más". Tenía razón, él había ya hecho la cuenta de cada uno de nosotros para el caso de que la empresa nos despidiera y tuviera que indemnizarnos. De los ocho que éramos sólo quedábamos seis, ya que dos se echaron atrás cuando vieron que las cosas empezaban a ponerse difíciles; estaban despedidos al igual que nosotros, pero se conformaban con lo de los seis millones que nos daban en principio. Cuando faltaban tres días para cumplirse el plazo de los quince, nuestro abogado tenía suficientes datos, obtenidos a través de Magistratura, para asegurar que la cantidad que debía pagar la empresa era 50.000.000 de pesetas a repartir según los años de cada uno en la misma. Toda esta información la presentó nuestro abogado al abogado de la empresa, y éste a su vez a la empresa. El tema estaba claro, o nos readmitían o ponían los 50 millones encima de la mesa. Ante este fracaso por parte del abogado de la empresa, ésta, cuando faltaban 24 horas para cumplirse el plazo de "dinero o readmisión" no tuvo otro remedio que correr y darse mucha prisa en avisarnos a cada uno de nosotros por teléfono y con un telegrama con el siguiente texto: "EXPEDIENTE DE REGULACION DE EMPLEO QUEDA NULO, PRESENTESE MAÑANA EN SU PUESTO HABITUAL DE TRABAJO. FORTE LOS SOTOS S.A." Pues bien, eso fue lo que hicimos, presentarnos en nuestros puestos.

Lamentable pero cierto, hubo alguien del personal de oficinas que, cuando nos vió llegar, dijo: "¡ ya están aquí otra vez !", pero no con buenas intenciones. A esta persona, con el paso del tiempo, un día en que hubo un cambio en los mandos de la empresa, no le dió tiempo de coger sus pertenencias personales y verse de patitas en la calle.

En la factoría de Villena también se hizo a la misma vez regulación de empleo despidiendo a 23 obreros, muchos de ellos con bastantes años en la empresa. Los despidos de estos obreros también eran improcedentes. Varios de ellos se acercaban a los 60 años de edad y no pusieron demasiada resistencia para evitarlo. Nosotros entramos en contacto con ellos para explicarles lo que estábamos haciendo, con la idea de que hiciesen lo mismo; pero apenas nos escucharon. Al final fueron todos a la calle por cuatro duros. El abogado de la empresa de Villena era el mismo que nos quería despedir a nosotros. Recuerdo que una noche, y desde mi casa, llamamos a uno de los enlaces, para decírles que, por favor, no firmasen y que hiciesen lo mismo que nosotros. Pero, como he dicho antes, no hicieron caso y mucho menos los que estaban deseando salir de la empresa.

Cuando nos readmitieron a nosotros, los de Villena, a excepción de los que no querían estar más tiempo en Forte, nos dieron la enhorabuena por conseguir no ser despedidos y por haber echado un pulso a la empresa y haberlo ganado.

Puedo decir que, a partir de readmitirnos, las cosas continuaron igual que antes por no decir mejor; no hubo ninguna represalia por parte de la empresa con ninguno de nosotros, todo lo contrario, a medida que el tiempo pasaba yo íba teniendo más cotizaciones a mi favor y, por otro lado, me pusieron una prima fija económica de 50.000 pesetas mensuales por buen rendimiento en el trabajo. Cuando la empresa se planteó hacer la regulación de empleo parece ser que a mí me incluyeron únicamente por completar la lista, al menos esto era lo que me decían el jefe del personal y el director de la factoría de Forte los Sotos, y que, una vez acabada la regulación, volverían a llamarme para trabajar. Pero no me fiaba ni de mi sombra, porque hay que ver lo mal que se pasa cuando te encuentras en una situación de despido como yo me ví. Es tan grande el golpe que recibes moralmente que no tienes ganas ni de ver a ciertas personas por mucho que te prometan que te van a llamar de nuevo.

Con el paso del tiempo, lo que sí hizo la empresa fue dar oportunidad a todo el que quería dejar de trabajar de llegar a un acuerdo económico con muchas ventajas para el obrero. Hubo alguien que aceptó esta solución. Dado que habían pasado ya dos años desde el episodio de nuestra readmisión, era importante la suma de dinero que la empresa ofrecía para estos casos. Como era optativo, a mí particularmente me interesaba mucho más continuar trabajando el máximo de tiempo para así conseguir cuantas más cotizaciones mejor y, al mismo tiempo, acercarme a los sesenta y dos años, que era la meta que yo me había planteado para retirarme del trabajo. De esta forma conseguí cinco años más de cotizaciones a la Seguridad Social.

lunes, 26 de octubre de 2009

NUESTRA HIJA MENOR TAMBIEN QUIERE ESTUDIAR



Nuestra hija Pilar, cuando tuvo la edad para ir al colegio, lo hizo al mismo que su hermana, al Virgen del Rosario de Santomera. Todos los días se marchaban las dos juntas. La mayor tenía ya diez años y la menor, cinco. Cuando Pilar terminó la Primaria nos dijo a su madre y a mí que le gustaría seguir los estudios.

El siguiente paso fue ir al Instituto Julián Andugar de Santomera. Cuando terminó la enseñanza secundaria volvió a decirnos que quería continuar estudiando y que le gustaba la carrera de Estadística; pero había un problema, que en Murcia no existía esa especialidad, sí la había en Alicante. Tuvimos, una vez más, la suerte de cara, ya que mis cuñados Ana y Pepe vivían todavía en Villafranqueza. Ellos mismos nos propusieron que la chiquilla se quedase en su casa. A ellos les venía de perlas el poder disfrutar de su sobrina Pilar, ya que, como he comentado anteriormente, no tenían hijos. A mis cuñados se les llenaba la boca al decir "mi sobrina está estudiando en la Universidad".

Nos encontrábamos en el año 1.993. Por esas fechas comenzó la construcción de la Universidad Miguel Hernández en Elche. Cuando Pilar llevaba dos años en la Universidad de Alicante, la de Elche estaba ya acabada. Había que ponerla en funcionamiento para descargar en ella una parte de la de Alicante, que en aquellos momentos contaba con unos 30. 000 alumnos, de los cuales solamente 300 estudiaban Estadística. Así que, de alguna manera, se acabó el estar tan bien en casa de sus tíos. Durante el tiempo en que Pilar estuvo en Alicante íbamos con bastante frecuencia a pasar los fines de semana. Nos acogían siempre con sumo gusto. De hecho, durante veintinueve años seguidos hemos pasado allí, en familia, las fiestas navideñas. En ocasiones, los de Yecla se unían a nosotros con sus hijos y nietos. Cuando era así, poníamos la mesa grande del comedor, que no se quitaba hasta que cada grupo familiar volvía a su casa. ¡Qué bien lo pasábamos todos juntos¡..., !cuánta alegría¡ y ¡cuánta añoranza!...

Cuando Pilar pasó a la Universidad de Elche, iba en el tren de cercanías que va de Murcia a Alicante. Este tren pasaba y sigue pasando por la estación del pueblo de Beniel, que dista de Santomera unos cuatro kilómetros. Durante más de tres años estuve yo madrugando para llevar a Pilar a la estación de Beniel, para subir al tren que pasaba a las siete y diez de la mañana. Volvía a recogerla a las ocho y veinte de la tarde. Yo empezaba a trabajar a las siete de la mañana, así que, para llegar a tiempo, nos levantábamos a las seis. Cuando ella tenía exámenes la llevaba directamente a la Universidad y, más de una vez, dependiendo de la hora en que terminaba, volvía a recogerla. Así hasta que terminó su diplomatura en Estadística.

Pilar llegó hasta donde pudo sin escatimar esfuerzos para estudiar. Lo malo es que, al igual que en muchas carreras, hay más ratas que agujeros y es dificil encontrar trabajo por muchas oposiciones a que te presentes. La solución que ha elegido nuestra hija es la de darse de alta en la Seguridad Social e impartir clases particulares en casa: Primaria, Eso, Secundaria, Universidad, Matemáticas, Estadistica, Acceso de mayores de 25 años a la Universidad, Oposiciones (parte de matemáticas). Y así hasta que algún día suene la flauta y pueda colocarse. Mientras llega, continuará con lo que está haciendo.

OTRA OPERACION MAS

El año 1995 me tuvieron que intervenir de nuevo debido a que tenía problemas al orinar. Cuando me operaron de la próstata nadie me dijo que a los dos años debía pasar una revisión para ver si habían quedado algunas secuelas. Yo notaba que, a medida que el tiempo transcurría, orinaba menos cantidad cada vez, pero, como no tenía ninguna molestia, no me preocupaba; hasta que, casi a los cuatro años de estar operado, me di cuenta de que no era normal. Lo consulté con el médico de cabecera, que me envió al urólogo. Me hicieron unas pruebas y, efectívamente, el conducto de la orina se estaba obstruyendo. Me dijo el médico que había que operar para limpiar todo el conducto. "Cuanto antes mejor", le dije.
Me pusieron en lista de espera. Me llamaron a los pocos días. En esta ocasión me operaron en el Hospital Provincial. Todavía estaba en pie el antiguo. Cuando entré en el quirófano me preguntaron los médicos si quería ver mi operación. Yo les pregunté en plan de broma si estaban abonados a Canal Plus. Ellos siguiéndome la broma me contestaron que sí y yo les dije que adelante y que de acuerdo. Una vez en la mesa de operaciones me inyectaron anestesia solamente de cintura para abajo, y, efectivamente, presencié en primera fila la intervención. Vi que introducían algo por el conducto de la orina y limpiaban lo que estaba obstruyéndolo. Aquello fue una nueva experiencia y, además, salió de maravilla. Estuve tres o cuatro días en el Hospital y, al igual que en anteriores operaciones, no tuve fiebre y la tensión se mantuvo en 12/7. Estuve un mes de baja.
Pero, como siempre, a los cinco o seis días, los vendedores de la empresa empezaron a llevarme planos a mi casa para calcular el material que iba a hacer falta para las obras. A las dos semanas y por petición de la empresa, comencé a ir a la fábrica a supervisar lo que se estaba fabricando, sobre todo el material que se fabricaba para obras públicas, y dar el visto bueno o rechazarlo.

viernes, 16 de octubre de 2009

MI TERCERA OPERACION, HERNIA DISCAL

Cuando yo tenía treinta años ya llevaba bastantes realizando muchos esfuerzos debido a mi profesión de albañil. Por estos motivos, de vez en cuando me atacaba la lumbalgia y lo pasaba bastante mal. En ocasiones tenía que coger la baja laboral y estar siete u ocho días sin trabajar, a base de inyecciones, que, la mayoría de las veces, eran bastante dolorosas. Había que tirar para adelante. Nunca he escatimado esfuerzos en ningún tipo de trabajo y más en aquellos tiempos en que apenas había maquinaria para trabajar en la albañilería. Hoy los esfuerzos son menores y se rinde mucho más. Por este y otros muchos motivos siempre he padecido de lumbagias. Así un año y otro, hasta que viéndome perdido, no tuve más remedio que gastarme los dineros en un traumatólogo particular, que, por cierto, era y sigue siendo bastante bueno. Estoy hablando del doctor D. Jose Antonio Hernandez Cabrera. Este doctor trabaja en la Ciudad Sanitaria La Arrixaca de El Palmar. También tiene consulta particular en Murcia capital. Es pariente lejano mío; sus abuelos maternos eran primos de mis abuelos maternos. Cuando yo fuí la primera vez a su consulta nos dimos a conocer, y es que su padre vivía en Jacarilla, un pueblo muy cercano a la factoría de Forte. Como resulta que todos ellos eran también de Yecla y los abuelos del doctor todavía vivían, el tema de mi operación estaba mucho más facil a nivel de papeles y demás cosas.

Tengo que contar que la abuela materna de este doctor y mi madre se llevaban mejor que si hubiesen sido hermanas. Sobre todo, cuando mi padre estaba en la cárcel, nos daba lo que podía para que comiésemos cuando en mi casa estábamos tan mal . Pero bien, vayamos a lo que fue mi tercera operación. Este especialista me mandó hacerme una resonancia magnética, que tuve que pagar de mi bolsillo y que por aquellos tiempos costaba 60.000 pesetas. A mí, por influencia del doctor, me costó 50.000. Aparte de todo esto, él consiguió que, en vez de hacerme todas las pruebas en el hospital de Murcia, me las hiciesen en donde él trabajaba, para así poder operarme él personalmente. Como era lógico, me pusieron en lista de espera como a todo paciente.

El día cuatro de octubre del año 1.993 me llamaron por teléfono a mi trabajo. Una compañera cogió el teléfono y el recado. María José, que así se llama mi compañera, me avisó a través de los "gualquitalki" que teníamos en la empresa, ya que la distancia que había entre las oficinas y los puestos de trabajo a veces era de unos trescientos metros. A las 13.30 horas, como todos los días, dejé de trabajar para irme a comer. Mi compañera me había comunicado que antes de las seis de la tarde tenía que ingresar en La Arrixaca. Cuando llegué a casa estaba ya la comida en la mesa como de costumbre. Ese día mi mujer había preparado unos gazpachos yeclanos con conejo y sus correspondientes caracoles de monte. Este es un plato exquisito. Cuando terminamos de comer empezamos a preparar el viaje a La Arrixaca. Fuimos en autobús. Antes de las cinco estábamos en el hospital. Entregamos los papeles necesarios y me hicieron el ingreso. En cuanto me asignaron habitación me realizaron las últimas pruebas de tensión y alguna otra más. Sobre las ocho de la noche me dieron la cena, poca cosa porque al día siguiente me operaban. Al igual que en otras ocasiones colocaron el cartelito en la pared, "quirofano".

Estas noches, a la espera de la intervención, se hacen eternas. El reloj parece que no anda y la mente no para de dar vueltas. Hay momentos en que te sientes optimista, en otros, pesimista. Además, como faltaban habitaciones, varios pacientes estábamos en los pasillos. Recuerdo que al fondo había una cama con un hombre que había sufrido un accidente laboral. Se llamaba Fernando, y su mujer, Paquita. Pasó toda la noche quejándose. Tenía motivos para ello ya que, en el accidente que había tenido en la cooperativa del vino del pueblo de Bullas cuando se encontraba descargando un tractor cargado de uva y resbaló con la mala suerte de que el sinfín le enganchó la pierna derecha, prácticamente le destrozó dicha pierna y se la tuvieron que amputar a la altura media del muslo. Pero vamos a lo que fue mi operación. El día cinco de octubre me llevaron al quirófano a las diez de la mañana, y a las dos de la tarde estaba ya en la habitación. Según el médico todo había salido bien. Al otro día, sobre las once de la mañana, llegó el médico que me había operado y me dijo "Juan, incorpórate en la cama poco a poco y quédate sentado un momento". Eso hice. "Ahora pon los pies en el suelo y camina lentamente para que vea yo cómo estás". Hasta que me dijo "bien, ya puedes volver a la cama".

Ese mismo día me dieron de comer como si no me hubiesen hecho nada. No tenía fiebre y la tensión era 11,5/6. Todo bien. Al día siguiente vino el médico a visitarme e informarme de lo que había hecho. "Mira, Juan, todo ha salido bien. Has de estar seis o siete meses de baja porque la hernia que te he operado la tienes en su sitio pero no puedes hacer ningún esfuerzo durante ese tiempo; así que, tranquilo y a recuperarte. Dentro de cinco días te vas a ir a tu casa. Antes te quitaremos la mitad de los puntos, ya que la herida va muy bien". Cuando me dieron el alta en La Arrixaca me dijeron que a los ocho días tenía que ir al ambulatorio a que me quitasen el resto de los puntos de la operación. A los quince días de quitármelos fuí a pasar revisión para que el médico viera en qué estado me encontraba. El resultado fué bastante bueno. Me dijo: "Juan, te queda otra hernia discal, pero no te la puedo tocar porque es muy arriesgado y posiblemente no quedarías bien del todo; así que lleva cuidado con los grandes esfuerzos".

Al mes de estar operado los vendedores comenzaron a requerir mis servicios. Debía reanudar los viajes que hacía con ellos a las obras y estudiar los planos con nuestros materiales. En realidad mi trabajo consistía en subirme al coche con ellos, ver la obra , recoger los planos y hacer el cálculo de materiales en casa tranquilamente. Yo me sacaba algún dinero extra que me venía como anillo al dedo. Como mi convalecencia continuaba, la empresa me pidió que, por favor, bajase algunos ratos para dar un vistazo a unas piezas que se estaban fabricando para obras públicas.

Puedo decir que durante mi recuperación y en el tiempo que empleé dando el visto bueno al material que se fabricó para obras públicas la empresa me compensó con unas trescientas mil pesetas. Este dinero me ayudaba para poder pagar parte del préstamo del piso.

Si mal no recuerdo, por el año 83/84 hubo una crisis de trabajo en la empresa. El director nos reunió a todos los obreros y nos dijo que la situación era bastante preocupante y que no había, más remedio que formar una cuadrilla de albañilería y salir fuera de la fábrica para hacer fachadas de las que los vendedores vendían a los clientes. Estaba claro a quién le íba a tocar hacer frente a esta situación; asi que me llevé a Angelín, un compañero que, algún año después (si mal no recuerdo el año 1.985), tuvo la mala suerte de que el día en que se celebra la fiesta de la Comunidad Valenciana sufrió un accidente en la carretera de Murcia a Alicante, a la altura del pueblo de Albatera, cuando se dirigía a una pequeña finca que tenía, a consecuencia del cual falleció en el acto.

Con el oficial y Angelin de peón hicimos dos fachadas, una en el pueblo de Rafal y otra en Callosa de Segura. Con estas dos obras nos aseguramos el trabajo de tres meses para tres obreros. También fuimos otro compañero y yo a Santiago de la Ribera a pavimentar un patio interior con baldosas de las que la empresa fabricaba. En cuatro días ingresamos en la empresa noventa mil pesetas. El desplazamiento lo hacíamos en el coche seiscientos de la empresa. Ibamos a gastos pagados, pero a buen seguro que la empresa ganó un buen dinero y que, al mismo tiempo, dimos un pequeño respiro a la crisis de trabajo que estaba padeciendo. El problema era de la empresa y no nuestro. Habríamos podido negarnos a salir de la fábrica, pero eso no cabía en las personas que trabajaban en Forte, aunque también había algunos que creían que, por el solo hecho de cruzar la puerta de entrada a la fábrica, ya tenían el sueldo ganado, algo que por desgracia ocurre en muchas de las empresas que hay en España.

jueves, 15 de octubre de 2009

NUEVO CAMBIO DE VIVIENDA


Como ya comenté en entradas anteriores, durante dieciocho años convivimos con el personal del Centro de Urgencias de Santomera. Tuvimos también como vecinos a la familia de Juan Carlos, empleado en la farmacia de Dª Joaquina, dueña, a su vez, del edificio donde estaba ubicado el Centro de Urgencias. Cuando Juan Carlos se trasladó a otra vivienda, llegó otra familia, que estuvo aquí un corto espacio de tiempo porque les estaban construyendo la suya. Cuando estos se marcharon, el siguiente en ocuparla fue un encargado de la compañía de aguas de Santomera, que permaneció hasta que le trasladaron al pueblo de Ronda. Después, un guardia civil con su familia. Coincidió que, por aquellas fechas, se produjo el golpe de estado de Tejero. Ese mismo día, cuando yo venía de trabajar, bajaba por las escaleras el citado guardia civil y me dijo "Juan, me voy, que me han llamado del cuartel, pasa esto". Le dije que me había enterado por la radio del coche cuando volvía con un compañero de ver unas obras en Santiago de la Ribera. El me aconsejó que evitara, en lo posible, salir a la calle esa noche. El piso en que vivía era más bien pequeño, ya que eran seis hijos y la mujer. Tan pronto como pudieron, se marcharon a una vivienda apropiada a la familia que eran. La vivienda de marras fue ocupada ahora por Joaquín Barranco y familia. Por estas fechas fue cuando la selección española de fútbol ganó a la de Malta por doce goles a uno.

A mi mujer y a la de Joaquín les gustaba jugar de vez en cuando a los cupones de la ONCE. Un cupón costaba cincuenta pesetas. Tuvieron la gran suerte de que les tocase el primer premio valorado en cien mil pesetas, cincuenta mil para cada una. Fueron a Murcia a cobrarlo. Paquita compró un décimo de lotería de quinientas pesetas y le tocaron otras cinco mil. Se entusiasmó y cada día compraba un cupón de la ONCE. Le dije: "mira, tú haz lo que quieras, pero, si crees que te va a tocar otra vez, es posible que pierdas todo lo que has ganado". Ella se lo pensó y me dijo: "tienes razón", y, a partir de aquel momento dejó de jugar y tomó como costumbre echar el dinero en una hucha en lugar de jugárselo. No obstante, muy de tarde en tarde se jugaba algún cupón.

En el año 1.990 el servicio de urgencias se lo llevaron a otro lugar y la dueña alquiló el local que había quedado libre y lo mismo hizo con el piso que había frente a donde nosotros vivíamos. Todo esto coincidió con la venida de los primeros emigrantes de Marruecos, y la dueña lo alquiló a estas personas, que en principio eran cuatro. Su comportamiento era bueno y no había ningún problema. Pero a los dos meses se metieron en el piso cuatro personas mas, y aquello ya no era lo mismo. Por si faltaba poco, el local en donde había estado el servicio de urgencias también fue alquilado alquiló y en el se acomodaron una doce o quince personas. A partir de aquellos momentos se empezaron a complicar las cosas. El patio de luces de la planta baja coincidía con la ventana de nuestra cocina. Estas personas cocinaban en el patio y los olores subían y se introducían en nuestra cocina. No estábamos acostumbrados a aquellos olores y lo pasábamos bastante mal. Si añadimos que tenían mal comportamiento y que cada día que pasaba aquello íba de mal en peor, no tuvimos más remedio que buscar la forma de salir de allí cuanto antes. Nos lo tomamos con calma y empezamos a buscar una zona y vivienda que nos gustase. Muchas fueron las que vimos, pero ninguna encajaba en lo que buscábamos, hasta que, por fin, nos enteramos de que en la calle Villaconchita acababan de empezar a hacer seis viviendas de proteción oficial. La empresa promotora era también la constructora. Cuando hablé con estos señores estaban haciendo el rebaje de la planta semisótano del edificio.

Era el mes de junio del año 1.991. Les pedí los planos de las viviendas para ver la superficies de los pisos y su distribución. Hablé con mi familia. Estábamos de acuerdo en que aquello nos gustaba. El precio, 6.300.000 pts. a pagar en quince años, nos parecía también aceptable. Aunque las viviendas eran subvencionadas, a mí no me daban los 300.000 de pts. que facilitaba el Ministerio de la Vivienda a fondo perdido. ¿Razón?, que mi nómina superaba el mínimo exigible. Tuve la suerte de que mi empresa seguiría dándome el dinero que me pagaba hasta entonces por el alquiler de la vivienda, once mil pesetas mensuales. Forte estuvo abonándome dicha cantidad hasta el día de mi jubilación.

miércoles, 14 de octubre de 2009

LA MALA RACHA CONTINUA

Hay que temer cuando la mala racha se mete en una casa, como es el caso de mi familia la de Onteniente, o mejor dicho la de mi hermano Pedro, que en paz descanse.

A los treinta y dos días de fallecer mi hermano, a su mujer le dio una trombosis cerebral, causándole la muerte instantánea. Ese día mi hermana Fina y mi cuñado Pascual se encontraban en Santomera con nosotros para pasar el fin de semana. Recuerdo que, sobre las dos de la tarde y estando a punto de comer, sonó el teléfono. Era mi sobrino Pedro, hijo mayor de mi hermana Fina, para darnos la mala noticia. Casi sin comer, quitamos la mesa y nos desplazamos directamente a Villena para hablar con mi sobrino, que nos estaba esperando. En cuanto nos fue posible nos marchamos a Onteniente a hacer frente a la situación. Pueden imaginar el drama que allí había viendo a los dos hijos y sus mujeres. Parece ser, según les contó el médico a mis sobrinos, que el motivo de la trombosis que sufrió mi cuñada tuvo su origen en lo que tuvo que soportar durante la enfermedad de mi hermano Pedro.

Como hacía tan poco tiempo que mi hermano había fallecido, no pudo ser enterrada en la misma tumba. Fue depositada en el nicho que había en la parte alta. A nadie deseamos lo que ocurrió en esta familia en tan poco espacio de tiempo. La vida es a veces así de cruel y no queda más remedio que hacerle frente y llegar hasta donde se pueda.

FALLECE MI HERMANO MAYOR


A la edad de sesenta y dos años mi hermano Pedro se encontraba en buenas condiciones físicas y trabajaba todos los días en su empresa, que, económicamente, iba bien. Pero tuvo la desgracia de sufrir una trombosis que le afectó a las extremidades inferior y superior del lado izquierdo. A consecuencia de ello fue ingresado en el Hospital de la Fe de Valencia, en donde permaneció bastante tiempo, hasta que logró recuperar casi el cien por cien de la movilidad de sus extremidades. Cuando le ocurrió esto dejó de trabajar, aunque la actividad de su empresa prosiguió.
A medida que el tiempo pasaba iba recuperando fuerzas y reanudando algo de su trabajo. Se jubiló a los sesenta y cinco años. Esta nueva etapa de su vida la asumió con mucha ilusión y con ganas de disfrutar de su chalet y del trozo de tierra que allí tenía. En este terreno había plantado algunos árboles: perales, almendros, ciruelos, naranjos, olivos... Cultivaba también toda clase de hortalizas. Con todas estas obligaciones que él se había impuesto voluntariamente se lo pasaba en grande.
Pero no le duró mucho tiempo el disfrutar de lo que había conseguido con tanto trabajo. En el mes de julio del año 1.992, cuando se encontraba con su familia en una playa de Gandía, se le presentó repentinamente una indisposición intestinal que obligó a los familiares a abandonar el lugar y marcharse a Onteniente, donde vivían. Era el veintisiete de julio. Acudieron de inmediato al médico de familia, que ordenó pruebas de urgencia para poder diagnosticar la enfermedad. Estas pruebas dieron un resultado que no pudo ser peor. Apareció la maldita palabra ¡CANCER DE COLON!... La enfermedad avanzaba a pasos agigantados. Mi hermano estaba peor cada día. Paquita y yo íbamos a verle a Onteniente siempre que podíamos. Estaba en su casa llevando la enfermedad lo mejor que podía, a sabiendas de lo que le esperaba.
¡Hay que ver lo triste que es para una persona y para la familia saber de antemano que no hay solución!. Nosotros, mi mujer y mis hijas, estábamos de vacaciones en Villena para disfrutar de las fiestas de Moros y Cristianos. Tuvimos que poner fin a dichas vacaciones debido a la enfermedad de mi hermano Pedro. Dejó de vivir y de padecer el día ocho de septiembre de este año 1.992.
Según me contó mi cuñada, murió con pleno conocimiento y padeciendo lo indecible. El día nueve, es decir al día siguiente, le dimos sepultura en el cementerio de Onteniente junto a su hijo Juan José, que había fallecido en el año 1.979 en acidente laboral. Quien llevó todo el peso de la enfermedad de mi hermano fue su mujer, que apenas tuvo descanso en el tiempo que estuvo enfermo. Mi hermano falleció a los sesenta y ocho años, cuando de verdad había empezado a disfrutar un poco de la vida. Anteriormente no lo pudo hacer.

martes, 13 de octubre de 2009

COMUNION DE NUESTRA HIJA MENOR

Nuestra hija menor no iba a ser menos. Al igual que Juana Mari, la mayor, María Pilar empezó a prepararse en la catequesis de Santomera cuando tenía diez años, para, posteriormente, comulgar en Villena, en la misma parroquia y con el mismo párroco que también la había bautizado.

En esta ocasión mi mujer y yo nos vimos obligados a confesarnos y comulgar con nuestra hija, para no dar que hablar a más de cuatro. Son obligaciones sociales por las que hay que pasar en ocasiones aunque no conjuguen bien con la forma de pensar de cada uno. Pero no pasa nada; las cosas, cuando hay que hacerlas, se hacen; y aquí paz y allá gloria. Mi mujer y yo hicimos la confesión sentados en uno de los bancos que hay en la iglesia y de la manera más sencilla que se puede uno imaginar. En menos de cinco minutos terminamos, y todos tan contentos.

Los invitados fueron, más o menos, los de la vez anterior. La comida también resultó muy bien. En esta ocasión se celebró en el restaurante Casa Sebastián. Precio del menú, mil quinientas pesetas por comensal. El día lo pasamos muy agradablemente rodeados de familiares y amigos.

Por si faltaba algo, ese día hubo un partido de fútbol internacional del campeonato de Europa de selecciones. Al día siguiente a la comunión y después de pagar los gastos de la misma nos vinimos a Santomera para empezar a trabajar y esperar a que llegasen las vacaciones de verano.

Y hasta aquí lo que fue la comunión de nuestra hija menor, María del Pilar, celebrada el día 24 de Junio de 1984.

domingo, 11 de octubre de 2009

MI SEGUNDA OPERACION


El año 92 me tuvieron que operar de la próstata. Desde hacía bastante tiempo venía padeciendo y teniendo dificultad para orinar. El tiempo pasaba pero yo no hacía caso. El problema era cada vez mayor y, como siempre, acudimos al médico cuando ya no podía aguantar más. El médico de cabecera me puso un tratamiento para ver si la situación mejoraba; pero no, el malestar era cada vez mayor. Me hizo un volante para ir al urólogo. Las primeras pruebas me las hicieron en el ambulatorio del Carmen, de Murcia. A la vista de los resultados, el especialista me puso en lista de espera para operarme. Yo lo estaba pasando mal y, viendo que tardaban en llamarme, fui otra vez al especialista, que tampoco supo decirme cuándo me iba a llamar.

La solución que tomó fue la de colocarme una sonda para así aliviarme algo las muchas molestias que tenía cada vez que orinaba. Estuve con la sonda cincuenta días. Cada ocho, iba al ambulatorio de Santomera a que me la cambiasen. Lo pasaba mal cuando hacían el cambio. Aún así yo no dejé de trabajar porque, con la sonda puesta, apenas notaba molestias. Lo único que hacía de vez en cuando era vaciar la bolsa de plástico que llevaba atada en la parte baja de la pierna. En ocasiones lo hacía en las obras que íba a visitar. Así, hasta que me llamaron para ser operado.

Esto fue el día cuatro de mayo, y el día cinco fui intervenido en la clínica San Carlos de Murcia. Como dije anteriormente, esta clínica trabajaba para la Seguridad Social a través de intervenciones concertadas. Las enfermeras eran monjas, y la verdad es que hay una diferencia notable en el trato con los enfermos en calidad y buen hacer. Tambien había, como es lógico, ATS que pertenecían a la Seguridad Social. Uno de los que a mí me atendían era de Santomera, un profesional de los píes a la cabeza.

La primera noche después de operarme tuve una hemorragia. Una monja y el ATS antes mencionado se las vieron y desearon para cortarla. Lo intentaron un montón de veces sin resultado. Yo presenciaba todo lo que hacían y veía que que cada vez sangraba más. El ATS y la monja se miraban el uno al otro como diciendo . Lo consiguieron a fuerza de intentarlo. Durante el resto de la noche no me dejaron ni diez minutos sin observarme. Al día siguiente, cuando ya estaba todo más estabilizado, me dijeron que la noche anterior estuvieron a punto de llevarme al quirófano.

En esta clínica estuve ocho días. Las comidas eran bastante malas comparadas con las de otros hospitales. Me sirvieron carne sólo una vez en los ocho días, y porque era domingo. Así que, cuando me dieron el alta en la clínica, salí que daba pena verme. Más de un compañero de trabajo se quedó sorprendido, cuando vino a mi casa, de ver cómo estaba. En aquellos momentos no me lo dijeron, pero sí a las dos otres semanas. Volviendo a la operación, al día siguiente de ser intervenido, me dijo el médico, que yo, al igual que todas las personas operadas de próstata, jamás eyacularía espermatozoides, lo que quiere decir que nunca dejaría embarazada a una mujer. La convalecencia de esta operación duró un mes. Todo ese tiempo estuve de baja laboral. Tengo la suerte de que siempre se me han cicatrizado las heridas en poco tiempo, debido a que tengo muchas plaquetas. Además, en estas situaciones, apenas suelo tener fiebre y la tensión arterial no me baja de once o doce.

En cuanto pude me incorporé al trabajo. A partir de aquellas fechas iba a tener más responsabilidades, pero los esfuerzos físicos iban a ser menos. Se trataba de llevar el control de calidad de todo cuanto se fabricaba en esta factoría. Se iba ultimando el montaje de las últimas máquinas que Forte había adquirido para estar en la vanguardia de materiales de construcción. Además, si un compañero de las oficinas no podía ir a trabajar, me ocupaba yo de suplirle lo mejor que podía; por ejemplo, hacer albaranes, pesar camiones, atender el teléfono, o lo que buenamente se presentaba.

jueves, 8 de octubre de 2009

PRIMERA COMUNION DE MI HIJA MAYOR

El año 1.980, llevábamos cinco años viviendo en Santomera, nuestra hija mayor, Juana María, cumplía diez años. Por no hacer algo que algunas personas no habrían visto bien, mi mujer y yo decidimos que hiciera la primera comunión.

Como vivíamos en Santomera, toda la catequesis la hizo aquí. Acordamos que la ceremonia se celebrase en Villlena, porque era donde más cerca teníamos a los familiares de Yecla, Villena y Onteniente. Para que esto fuese así tuvimos que hablar con el párroco de la iglesia de La Paz, de Villena. No hubo ningún problema. Además ya había sido bautizada en esa parroquia.


El total de invitados fue de sesenta y cinco, eso sin haber invitado a los hijos de mis primos que eran un montón.


Para el banquete o comida de los invitados fuimos mi mujer y yo con tiempo anticipado a hablar con el dueño del salón que hay en Villena y que se dedica a estos menesteres. Vimos los diferentes tipos de menús que nos podía ofrecer y nos decidimos por uno que, a decir verdad, resultó bastante bien en calidad y precio. El coste total fue de noventa y nueve mil pesetas de las de antes, parte de cuya cantidad fue pagada con el dinero que los invitados le dieron a nuestra hija, ya que nuestra situación económica andaba muy justa. Algo así como ocurre hoy en día con las bodas, donde los invitados son los que pagan en gran parte el gasto y viaje de los novios.

VAMOS PROSPERANDO

En el año 1.982 y después de haber disfrutado las vacaciones en Villena al igual que en años anteriores, la familia se volvió a Santomera, obligada por el inicio del nuevo curso escolar, ya que nuestras hijas estaban en edad de ello.

Como mi trabajo y mi sueldo estaban seguros, mi mujer y yo decidimos comprar un nuevo televisor y retirar el que tantos años habíamos visto en blanco y negro. Este nuevo aparato era ya en color. Nos costó ciento diez mil pesetas de las de antes. Ese mismo año nos compramos también un coche nuevo renault cinco. El precio, quinientas veinticinco mil pesetas a pagar en seis meses. Estoy orgulloso de haber podido estrenar tres cosas importantes para mí: de soltero, piso, mujer y, de casado, coche. Todo ello a fuerza de trabajo y más trabajo. He tenido la suerte de casarme con una mujer que ha sabido siempre valorar lo que cuesta ganar el dinero. No obstante, cuando podemos y dentro de las posibilidades de nuestra economía, nos permitimos algunos lujos, como pueden ser salir a comer o cenar en fechas señaladas.

Valoramos también la suerte que hemos tenido con nuestras dos hijas, que han sido y son buenas. Jamás nos han llamado la atención de mal comportamiento por parte de ellas, ni por una mala contestación a personas mayores. Mi mujer y yo hemos procurado siempre evitar en casa palabras malsonantes u obscenas.

martes, 6 de octubre de 2009

CAMBIO DE PISO EN VILLENA

Año 1.978. Hasta esta fecha vivíamos en el piso que compré yo siendo soltero, aquella que me costó ciento cuarenta mil pesetas de las de antes y que me supuso tantos sacrificios.

A mediados de este año se me presentó la oportunidad de cambiar de vivienda. Lo primero que hice fué hablar con un corredor de compra/venta de viviendas para que vendiera mi piso y, a su vez, buscara otro que mejorara las condiciones del que yo tenía. Al poco tiempo hubo resultado. El mío se vendió en setecientas quince mil pesetas y el que yo compré me costó un millón ciento cincuenta mil pesetas. La diferencia entre el viejo y el nuevo era grande en términos de comodidad. Disponía de tres habitaciones dobles, un comedor bastante amplio, una cocina de once metros cuadrados, una despensa, un cuarto de baño completo, un pequeño patio de luces habitable en donde estaba la lavadora y una terraza comunitaria con un trastero de más de diez metros cuadrados para cada uno de los cuatro vecinos de que constaba el edificio. La planta baja estaba destinada a bajos comerciales. En la actualidad hay una farmacia.

Este piso ha sido y sigue siendo nuestra segunda vivienda. Hasta allí se desplazaba la familia cuando yo cogía las vacaciones. Nos íbamos a Villena a disfrutar las fiestas de Moros y Cristianos.

Tambien allí hemos pasado la noche vieja varios años con los amigos. Era un piso desocupado y con pocos muebles. ¡Qué buenos recuerdos nos quedan de los buenos ratos pasados allí en compañia de los amigos!.

viernes, 2 de octubre de 2009

ADIOS A LA ULCERA


Estábamos en los años 78/79. A mí cada vez me daban más obligaciones y mi úlcera en el duodeno me dolía cada día más. Cuando llegaban el otoño o la primavera lo pasaba fatal. Durante dos o tres meses de las citadas estaciones ocurría que, sobre las once de la mañana me entraban unas angustias y dolores de estómago tan fuertes que me obligaban a provocarme yo mismo vómitos para echar lo que había comido en el almuerzo y quedarme tranquilo. A continuación me fumaba un cigarro y se me pasaban las angustias y el dolor. Por las tardes, sobre las cinco, se repetía otra vez lo de la mañana. Así que, entre el mucho trabajo, la consabida responsabilidad y los seis o siete cigarros que me fumaba en ayunas, lo pasaba muy mal. Los médicos de la Seguridad Social me habían visto varias veces. Me ponian un tratamiento y un régimen de comidas.Al principio encontraba algún alivio, pero al poco tiempo estába como antes.
Decidí gastarme los dineros en ir a un especialista del estómago, Dr. Francisco Zaragoza (hijo). Acudí a su consulta al menos cuatro veces. Me ponía un régimen más severo que los otros especialistas, pero yo no mejoraba nada. Cuando pasé la última consulta me dijo: Juan, el único remedio es operarte. Yo le respondí que cuanto antes mejor. No te preocupes, me dijo, te vas a llevar todos los resultados de las pruebas que se te han hecho para que se las entregues a tu médico de cabecera. El te proporcionará un volante para el especialista de Murcia.

El día cuatro del mes de noviembre del año 1.980 fui al sanatorio de D. Miguel Mesa del Castillo, ubicado en Murcia. Este sanatorio realizaba intervenciones concertadas con la Seguridad Social. Cuando entregué los papeles a la enfermera me comentó ella que no me hiciera muchas ilusiones de operarme pronto, porque había una lista de espera bastante amplia, que posiblemente tendría que esperar al menos dos meses. Mire, le dije yo,usted déselos y él dirá cuando. A los quince minutos viene la enfermera y me dice, usted va a tener suerte, tiene que venir el día dieciseis de este mes, a las cuatro de la tarde, para operarse a la mañana del día siguiente. Había llegado la hora de quitarme de encima la dichosa úlcera, que llevaba más de veinte años padeciendo. Las pruebas que aporté del médico de Alicante estaban tan claras que decidieron operarme lo antes posible con un pronostico casi totalmente positivo. Las cosas salieron como se había previsto.
Yo dejé de trabajar a las cuatro de la tarde del día dieciseis de noviembre. Antes tuve que organizar los trabajos de albañilería que se estaban realizando. Los albañiles que había en aquellos momentos eran de la Cooperativa Santomerana. Los trabajos que se estaban haciendo eran embellecer con zonas ajardinadas parte de la zona de oficinas y preparar muestrarios con los pruductos que se fabricaban, para que cuando llegasen los clientes pudieran ver in situ cómo quedaban nuestro materiales.
Pero vayamos a lo de mi operación. Ingresé a las cuatro de la tarde en una de las habitaciones de la primera planta. Esta habitación tenía una salita de estar para los acompañantes de los enfermos. A las ocho de la tarde me dieron un café con leche y colocaron un cartelito en la pared, encima de la cama, que rezaba "quirófano". Estaba en capilla; exagerando, como un reo cuando le van a ejecutar. El dolor de estómago, que no cesaba, y el nerviosismo hicieron que pasara una noche bastante mala. Al día siguiente vinieron las enfermeras, me hicieron algunas pruebas y me dijeron que me quitase la ropa que llevaba puesta, que en unos momentos nos íbamos al quirófano. Estaban allí mi mujer, mis cuñados María y Pascual y mi hermana Fina. Ana, la otra hermana de mi mujer, se había quedado en casa para cuidar de las chiquillas y llevarlas al colegio. A las once de la mañana me bajaron al quirófano. A las dos de la tarde estaba ya en la sala de reanimación. La operación, según el médico, había resultado satisfactoria.

A pesar de las molestias normales de la anesteria y de la operación, me iba recuperando poco a poco. A las cinco de la tarde me subieron a la habitación. Me encontraba bastante espabilado, pero esa noche la pasé con molestias debido al corte que me habían hecho para operarme. El dolor de estómago había desaparecido por completo. A la mañana siguiente, cuando empezaron a repartir los desayunos, nadie puede imaginarse la alegría que me llevé cuando oí los carros con la comida. Esa sensación jamás se me olvidará.

A los ocho días estaba ya en casa y empecé a trabajar, pero de una manera fácil y sin esfuerzo alguno. Se trataba de calcular el material de las obras de cara vista de los planos que los vendedores habían recogido a los arquitectos. Este trabajo era para mí un entretenimiento, y, al mismo tiempo, me ganaba algún dinero extra. A traves de estas notas quiero mostrar mi agradecimiento a todas aquellas personas que me honraron con sus visitas durante mi convalecencia.

Esta es la historia de mi primera operación. Cuando esto ocurría, mi hija menor iba ya al colegio. No le gustaba ir al colegio. Cuando vió que yo estaba en casa buscaba la excusa de que le dolía la barriga; así que no tuve más remedio que darle un par de azotes en el culete. A partir de aquel momento se le quitó el dolor de barriga y continuó yendo a su colegio sin ningún problema.

jueves, 1 de octubre de 2009

EL CARNET DE CONDUCIR A LOS 40 AÑOS


Como yo no tenía carnet de conducir y cada día había que ir a más obras a las que los vendedores habían vendido productos nuestros, no había más remedio que echar mano de estos vendedores. Ellos me llevaban con sus coches a las obras para que yo empezara el replanteo. Una vez hecho este trabajo, el problema continuaba. La solución era que, o bien el dueño de la obra, o bien el vendedor, me llevaran de nuevo a la fábrica. Los vendedores eran varios, cada uno con su zona de ventas. Ellos se encargaban de llevarme a las obras. La empresa veía que esto resultaba un tanto complicado, y los vendedores perdían tiempo y se quejaban. Ante esta situación el Sr. Colomina, que era el director de esta factoría, me pidió que, por favor, hiciese un esfuerzo para sacarme el carnet de conducir. El coste corría a cargo de la empresa. Estaba claro que había que hacer un esfuerzo y conseguirlo.

Pero yo tenía cuarenta años y no había tocado jamás un coche. No es lo mismo que cuando eres joven. Una tarde fuí a Orihuela y me apunté en la autoescuela. Al día siguiente empecé a estudiarme el código de circulación, que por aquellos tiempos constaba de setecientas veinticuatro preguntas, incluyendo las señales de tráfico. En la parte teórica no tuve ningún problema. Cuando fuí a examinarme del teórico me sobraron veintitrés minutos de los treinta que daban. Conseguí el aprobado. Lo peor estaba por llegar. El exámen de práctica lo tuve que repetir cuatro veces. ¿Motivo?, lo que he comentado antes, el no haber tocado nunca un coche y que no me gustaba.

Al día siguiente de conseguir el carnet tuve que ir a una obra que había en el pueblo de Mula. Sólo yo sé lo que pasé al tener que cruzar toda Murcia con un coche seat seiscientos que la empresa tenía para el servicio de la misma. Poco a poco fuí cogiendo el tranquillo al coche y a las carreteras. Yo tenía permiso para hacer uso de este coche cuando me apeteciera e irme a donde quisiera. A la empresa le convenía esto por la publicidad que le proporcionaba. El coche era totalmente rojo y llevaba el anagrama de Forte en letras blancas. Le hice un montón de kilómetros visitando obras y desplazándonos a donde nos apetecía los fines de semana. Más de una vez me dejó tirado en la cerretera debido a que, como estaba para el servicio de fábrica, pasaba por muchas manos. Ahora que limpiarlo..., los únicos, mi mujer y yo.

LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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