La solución que tomó fue la de colocarme una sonda para así aliviarme algo las muchas molestias que tenía cada vez que orinaba. Estuve con la sonda cincuenta días. Cada ocho, iba al ambulatorio de Santomera a que me la cambiasen. Lo pasaba mal cuando hacían el cambio. Aún así yo no dejé de trabajar porque, con la sonda puesta, apenas notaba molestias. Lo único que hacía de vez en cuando era vaciar la bolsa de plástico que llevaba atada en la parte baja de la pierna. En ocasiones lo hacía en las obras que íba a visitar. Así, hasta que me llamaron para ser operado.
Esto fue el día cuatro de mayo, y el día cinco fui intervenido en la clínica San Carlos de Murcia. Como dije anteriormente, esta clínica trabajaba para la Seguridad Social a través de intervenciones concertadas. Las enfermeras eran monjas, y la verdad es que hay una diferencia notable en el trato con los enfermos en calidad y buen hacer. Tambien había, como es lógico, ATS que pertenecían a la Seguridad Social. Uno de los que a mí me atendían era de Santomera, un profesional de los píes a la cabeza.
La primera noche después de operarme tuve una hemorragia. Una monja y el ATS antes mencionado se las vieron y desearon para cortarla. Lo intentaron un montón de veces sin resultado. Yo presenciaba todo lo que hacían y veía que que cada vez sangraba más. El ATS y la monja se miraban el uno al otro como diciendo
En cuanto pude me incorporé al trabajo. A partir de aquellas fechas iba a tener más responsabilidades, pero los esfuerzos físicos iban a ser menos. Se trataba de llevar el control de calidad de todo cuanto se fabricaba en esta factoría. Se iba ultimando el montaje de las últimas máquinas que Forte había adquirido para estar en la vanguardia de materiales de construcción. Además, si un compañero de las oficinas no podía ir a trabajar, me ocupaba yo de suplirle lo mejor que podía; por ejemplo, hacer albaranes, pesar camiones, atender el teléfono, o lo que buenamente se presentaba.
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