viernes, 16 de octubre de 2009

MI TERCERA OPERACION, HERNIA DISCAL

Cuando yo tenía treinta años ya llevaba bastantes realizando muchos esfuerzos debido a mi profesión de albañil. Por estos motivos, de vez en cuando me atacaba la lumbalgia y lo pasaba bastante mal. En ocasiones tenía que coger la baja laboral y estar siete u ocho días sin trabajar, a base de inyecciones, que, la mayoría de las veces, eran bastante dolorosas. Había que tirar para adelante. Nunca he escatimado esfuerzos en ningún tipo de trabajo y más en aquellos tiempos en que apenas había maquinaria para trabajar en la albañilería. Hoy los esfuerzos son menores y se rinde mucho más. Por este y otros muchos motivos siempre he padecido de lumbagias. Así un año y otro, hasta que viéndome perdido, no tuve más remedio que gastarme los dineros en un traumatólogo particular, que, por cierto, era y sigue siendo bastante bueno. Estoy hablando del doctor D. Jose Antonio Hernandez Cabrera. Este doctor trabaja en la Ciudad Sanitaria La Arrixaca de El Palmar. También tiene consulta particular en Murcia capital. Es pariente lejano mío; sus abuelos maternos eran primos de mis abuelos maternos. Cuando yo fuí la primera vez a su consulta nos dimos a conocer, y es que su padre vivía en Jacarilla, un pueblo muy cercano a la factoría de Forte. Como resulta que todos ellos eran también de Yecla y los abuelos del doctor todavía vivían, el tema de mi operación estaba mucho más facil a nivel de papeles y demás cosas.

Tengo que contar que la abuela materna de este doctor y mi madre se llevaban mejor que si hubiesen sido hermanas. Sobre todo, cuando mi padre estaba en la cárcel, nos daba lo que podía para que comiésemos cuando en mi casa estábamos tan mal . Pero bien, vayamos a lo que fue mi tercera operación. Este especialista me mandó hacerme una resonancia magnética, que tuve que pagar de mi bolsillo y que por aquellos tiempos costaba 60.000 pesetas. A mí, por influencia del doctor, me costó 50.000. Aparte de todo esto, él consiguió que, en vez de hacerme todas las pruebas en el hospital de Murcia, me las hiciesen en donde él trabajaba, para así poder operarme él personalmente. Como era lógico, me pusieron en lista de espera como a todo paciente.

El día cuatro de octubre del año 1.993 me llamaron por teléfono a mi trabajo. Una compañera cogió el teléfono y el recado. María José, que así se llama mi compañera, me avisó a través de los "gualquitalki" que teníamos en la empresa, ya que la distancia que había entre las oficinas y los puestos de trabajo a veces era de unos trescientos metros. A las 13.30 horas, como todos los días, dejé de trabajar para irme a comer. Mi compañera me había comunicado que antes de las seis de la tarde tenía que ingresar en La Arrixaca. Cuando llegué a casa estaba ya la comida en la mesa como de costumbre. Ese día mi mujer había preparado unos gazpachos yeclanos con conejo y sus correspondientes caracoles de monte. Este es un plato exquisito. Cuando terminamos de comer empezamos a preparar el viaje a La Arrixaca. Fuimos en autobús. Antes de las cinco estábamos en el hospital. Entregamos los papeles necesarios y me hicieron el ingreso. En cuanto me asignaron habitación me realizaron las últimas pruebas de tensión y alguna otra más. Sobre las ocho de la noche me dieron la cena, poca cosa porque al día siguiente me operaban. Al igual que en otras ocasiones colocaron el cartelito en la pared, "quirofano".

Estas noches, a la espera de la intervención, se hacen eternas. El reloj parece que no anda y la mente no para de dar vueltas. Hay momentos en que te sientes optimista, en otros, pesimista. Además, como faltaban habitaciones, varios pacientes estábamos en los pasillos. Recuerdo que al fondo había una cama con un hombre que había sufrido un accidente laboral. Se llamaba Fernando, y su mujer, Paquita. Pasó toda la noche quejándose. Tenía motivos para ello ya que, en el accidente que había tenido en la cooperativa del vino del pueblo de Bullas cuando se encontraba descargando un tractor cargado de uva y resbaló con la mala suerte de que el sinfín le enganchó la pierna derecha, prácticamente le destrozó dicha pierna y se la tuvieron que amputar a la altura media del muslo. Pero vamos a lo que fue mi operación. El día cinco de octubre me llevaron al quirófano a las diez de la mañana, y a las dos de la tarde estaba ya en la habitación. Según el médico todo había salido bien. Al otro día, sobre las once de la mañana, llegó el médico que me había operado y me dijo "Juan, incorpórate en la cama poco a poco y quédate sentado un momento". Eso hice. "Ahora pon los pies en el suelo y camina lentamente para que vea yo cómo estás". Hasta que me dijo "bien, ya puedes volver a la cama".

Ese mismo día me dieron de comer como si no me hubiesen hecho nada. No tenía fiebre y la tensión era 11,5/6. Todo bien. Al día siguiente vino el médico a visitarme e informarme de lo que había hecho. "Mira, Juan, todo ha salido bien. Has de estar seis o siete meses de baja porque la hernia que te he operado la tienes en su sitio pero no puedes hacer ningún esfuerzo durante ese tiempo; así que, tranquilo y a recuperarte. Dentro de cinco días te vas a ir a tu casa. Antes te quitaremos la mitad de los puntos, ya que la herida va muy bien". Cuando me dieron el alta en La Arrixaca me dijeron que a los ocho días tenía que ir al ambulatorio a que me quitasen el resto de los puntos de la operación. A los quince días de quitármelos fuí a pasar revisión para que el médico viera en qué estado me encontraba. El resultado fué bastante bueno. Me dijo: "Juan, te queda otra hernia discal, pero no te la puedo tocar porque es muy arriesgado y posiblemente no quedarías bien del todo; así que lleva cuidado con los grandes esfuerzos".

Al mes de estar operado los vendedores comenzaron a requerir mis servicios. Debía reanudar los viajes que hacía con ellos a las obras y estudiar los planos con nuestros materiales. En realidad mi trabajo consistía en subirme al coche con ellos, ver la obra , recoger los planos y hacer el cálculo de materiales en casa tranquilamente. Yo me sacaba algún dinero extra que me venía como anillo al dedo. Como mi convalecencia continuaba, la empresa me pidió que, por favor, bajase algunos ratos para dar un vistazo a unas piezas que se estaban fabricando para obras públicas.

Puedo decir que durante mi recuperación y en el tiempo que empleé dando el visto bueno al material que se fabricó para obras públicas la empresa me compensó con unas trescientas mil pesetas. Este dinero me ayudaba para poder pagar parte del préstamo del piso.

Si mal no recuerdo, por el año 83/84 hubo una crisis de trabajo en la empresa. El director nos reunió a todos los obreros y nos dijo que la situación era bastante preocupante y que no había, más remedio que formar una cuadrilla de albañilería y salir fuera de la fábrica para hacer fachadas de las que los vendedores vendían a los clientes. Estaba claro a quién le íba a tocar hacer frente a esta situación; asi que me llevé a Angelín, un compañero que, algún año después (si mal no recuerdo el año 1.985), tuvo la mala suerte de que el día en que se celebra la fiesta de la Comunidad Valenciana sufrió un accidente en la carretera de Murcia a Alicante, a la altura del pueblo de Albatera, cuando se dirigía a una pequeña finca que tenía, a consecuencia del cual falleció en el acto.

Con el oficial y Angelin de peón hicimos dos fachadas, una en el pueblo de Rafal y otra en Callosa de Segura. Con estas dos obras nos aseguramos el trabajo de tres meses para tres obreros. También fuimos otro compañero y yo a Santiago de la Ribera a pavimentar un patio interior con baldosas de las que la empresa fabricaba. En cuatro días ingresamos en la empresa noventa mil pesetas. El desplazamiento lo hacíamos en el coche seiscientos de la empresa. Ibamos a gastos pagados, pero a buen seguro que la empresa ganó un buen dinero y que, al mismo tiempo, dimos un pequeño respiro a la crisis de trabajo que estaba padeciendo. El problema era de la empresa y no nuestro. Habríamos podido negarnos a salir de la fábrica, pero eso no cabía en las personas que trabajaban en Forte, aunque también había algunos que creían que, por el solo hecho de cruzar la puerta de entrada a la fábrica, ya tenían el sueldo ganado, algo que por desgracia ocurre en muchas de las empresas que hay en España.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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