miércoles, 4 de noviembre de 2009

LOS DOMINGOS, A LA PLAYA


Desde que vinimos a vivir a Santomera teníamos las playas más cerca que cuando vivíamos en Villena, y, siempre que podíamos, nos íbamos para darnos unos baños, que son muy saludables, y para refrescarnos un poquito. Pero nunca fuimos capaces de alquilar una casa, ni siquiera para una semana, porque el presupuesto económico no nos lo permitía; eran muchos los gastos a que hacer frente y entraba solamente un jornal.

Durante los meses de verano aprovechábamos unos ocho o diez domingos para ir de playa. Nos levantábamos a las seis y media de la mañana. Preparábamos algunos bocadillos, refrescos, frutas y alguna cosa más que se nos ocurría, colocábamos todo en nuestra nevera portátil y, a bordo de nuestro flamante renault cinco, nos íbamos a Torrevieja, o a Santiago de la Ribera, o, como últimamente, a Lo Pagán. En la playa de Santiago de La Rivera había una pescadería que era también restaurante. Cuando llegábamos, lo primero que hacíamos era comprar lo que nos gustaba para almorzar y comer. Los dueños se encargaban de preparar lo que habíamos comprado; a la hora convenida lo teníamos todo dispuesto. Este sistema resultaba bastante cómodo y económico; así hasta que nuestras hijas, que se iban haciendo mayores, quisieron acompañarnos. En dos o tres ocasiones disfrutaron de la playa con nosotros mis hermanos y unos amigos de Villena. Recuerdo un fin de semana en que nos reunimos catorce personas en el piso en donde vivíamos. En aquella ocasión más de la mitad tuvimos que acostarnos en el suelo, sobre colchones y mantas. Menos mal que era verano. Hay un refrán que dice "sarna con gusto no pica". En cierta ocasión, mi hermana y unos amigos de Villena alquilaron una casa en Santa Pola para quince días y non invitaron a pasar el fin de semana con ellos. De una u otra manera lo pasábamos lo mejor que podíamos.

Pero los tiempos cambian y, últimamente, los únicos que íbamos a la playa éramos mi mujer y yo. Manteníamos la costumbre de levantarnos temprano para estar en la playa a las ocho de la mañana. Aparcábamos el cochecillo, colocábamos nuestra sombrilla y nos íbamos a desayunar churros con chocolate a un bar que estaba muy cerca. A continuación nos metíamos en el agua hasta las nueve y media; era la mejor hora , cuando estábamos más tranquilos y cuando el agua estaba limpísima. Después, a dar buena cuenta de bocadillos y refrescos. De nuevo al agua y, a las doce y media, cuando la playa se atiborra de personas que te pisan al menor descuido, recogíamos nuestros bártulos y, para casa, que nuestra hija tenía ya la comida preparada. Nos duchábamos, comíamos y a echar la siesta.

Los últimos baños nos los dábamos a mitad del mes de agosto. De seguido había que ir a Villena a disfrutar de las fiestas de Moros y Cristianos con los amigos que teníamos allí.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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