sábado, 7 de noviembre de 2009

LA MADRE ESPERANZA


Por el año 1.985 y viviendo en Santomera me vinieron a visitar a casa un fotógrafo de Santomera llamado Alberto y su amigo Mauricio. Al fotógrafo ya le conocía yo de haber ido a hacerme alguna que otra foto para algún documento de los que de vez en cuando necesitamos. A Mauricio le conocía desde que vine á Forte los Sotos. Este señor fue el que me proporcionó la vivienda cuando vinimos a Santomera; era dueño de una empresa de transportes que trabajaba para Forte. Alberto pertenecía y sigue perteneciendo a la Asociación de la Madre Esperanza, religiosa e hija predilecta de Santomera, que por el año 1915, cuando tenía veintidós años, salió del pueblo e ingresó en el convento de las Hijas del Calvario, de Villena. Este convento estaba situado en un lugar montañoso muy bonito a donde acudían muchas personas el último día de la semana de Pascua a merendar. Actualmente no va ya nadie a este lugar porque pasa por allí la autovía Alicante-Albacete que han construido recientemente.

La Asociación de la Madre Esperanza quería rescatar la cruz que había en el pequeño campanario de este convento, para llevarla a Colevalenza, lugar donde está enterrada la Madre Esperanza. Para conseguir esa cruz había que contactar con alguna persona que tuviera alguna influencia en Villena y que pudiese facilitarnos el rescate de la cruz.

Como todo en esta vida, las situaciones se enlazan unas con otras. El fotógrafo y Mauricio vinieron a mi casa a preguntarme si yo conocía a alguien de Villena que tuviera amistad con el párroco de la iglesia. Les dije que sí, que precisamente el Jefe de Personal de todas las factorías de Forte había estudiado teología y había estado a punto de cantar misa; pero, que, de la noche a la mañana, se arrepintió, dió marcha atrás y se casó, llegando a tener seis hijos. Durante los siete años que trabajé en la Forte de Villena mi relación con el Jefe de Personal fue magnífica, hasta el punto de que, cuando venía a la fábrica de Forte Los Sotos, lo primero que hacía era preguntar por mí para saludarme. Así que, lo de comentarle el tema de la cruz se estaba poniendo bien. Cuando se lo dije me contestó, "Juan, no te preocupes que en cuanto llegue a Villena hablaré con D. Arsenio, que es el párroco de la iglesia de Santiago". Al día siguiente me llamó diciéndome que cuando quisiéramos podíamos ir a rescatar la cruz, pero que antes le avisara para que nos acompañase para presentarnos a D. Arsenio. Lo hicimos así. Un sábado por la tarde fuimos a Villena en el coche del fotógrafo con la intención de solucionar el tema cuanto antes. Hablamos con el párroco. No hubo ningún problema, faltaba sólo empezar a actuar.

Como herramienta llevé un pico de albañilería. Fuimos al lugar y empezamos a trabajar. Me subí por donde pude y como pude, saltando de un muro a otro hasta llegar a la cruz. Actuamos con mucho cuidado porque era difícil alcanzar el objetivo. Las fotografías son el mejor testigo de lo que hicimos. Rescatada la cruz, dimos las gracias a todas las personas que nos facilitaron la operación.

A las dos o tres semanas de haber hecho esto, una noche llaman á mi casa, ¿ quien es? "Abre, Juan, soy Alberto" No esperaba yo la visita de dos monjas que habían venido desde Asturias para saber y conocer a la persona que había rescatado la cruz del convento en donde estuvo la Madre Esperanza. La visita fue corta. Una vez que me conocieron y me dieron las gracias, me entregaron un pequeño regalo como agradecimiento a lo conseguido; el regalo era una réplica de un pequeño hórreo de porcelana y plata que todavía conservo. Siempre me ha gustado satisfacer, en la medida de mis posibilidades, las solicitudes que me llegan pidiéndome un favor.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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