viernes, 7 de agosto de 2009

VUELVEN LAS DESGRACIAS

Corría el mes de Julio del año 1969. Como ya comenté anteriormente, mi suegra se encontraba en casa de su hija Ana, en el pueblo de Villafranqueza, en la finca del médico de Madrid en donde estaban de guardas caseros. El día trece de ese mes, tal como acostumbraba casi diariamente, mi suegra fue a recoger un capazo de hierbas para los conejos que les gustaba criar. A las diez de la mañana, viendo mi cuñado que no volvía, salió a buscarla por donde ella acostumbraba recoger las hierbas. El susto fue tremendo al ver que estaba en el suelo y sin conocimiento; la levantó como pudo, la llevó a casa, e inmediatamente avisaron al médico de cabecera, el cual acudió pronto. Cuando el médico vio su estado les dijo a mis cuñados que difícilmente se podría salvar. Y, efectivamente, en la madrugada del día catorce, domingo, fallecía.

Ningún miembro de la familia tenía teléfono. Eran otros tiempos. Era dificultoso avisar a los familiares cuando había algún acontecimiento como el que nos ocupa. Así que, a las cuatro de la mañana del domingo, mi cuñado Pepe tomó un taxi para trasladarse a Villena y darnos la noticia. De primeras, para que mi mujer no se asustara, nos dijo que se había puesto enferma y que teníamos que ir a Villafranqueza. Aprovechando un momento en que mi mujer entró en el aseo, me dijo a mí que se había muerto. De Villena fuimos a Yecla para avisar a los otros familiares. Una vez en Yecla, ya se les contó la verdad. Mis dos cuñados y yo fuimos a Villafranqueza en el mismo taxi. Coincidió que el médico que tenía que certificar la muerte se marchaba de vacaciones esa misma mañana. Había dejado un sustituto, pero vivía en Alicante capital, y nosotros no teníamos más datos de él que el apellido, Rodríguez.Las cosas se estaban poniendo difíciles para empezar a arreglar papeles, trasladar el cadáver a Yecla y darle sepultura. Como era domingo estaba todo cerrado. Mi cuñado Pepe y yo bajamos a Alicante a buscar al médico que habían dejado de sustituto. Recorrimos ambulatorios y hospitales sin que nos diera nadie pista alguna. Se me ocurrió entonces ir a la Casa de Socorro y pedir la guía telefónica. Creí que con el apellido Rodríguez y que fueran médicos no podía haber muchas personas. Y así fue; encontré pronto un domicilio, calle Valencia número 7, detrás de la Plaza de Toros. Eran las ocho y media de la mañana. Fuimos al citado domicilio, llamamos a la puerta y una señora nos confirmó que era allí. Le explicamos al médico lo que pasaba. Nos dijo él que ya le habían notificado el estado en que se encontraba mi suegra antes de morir, nos acompañó y nos dio el certificado. Hasta ahí llegaban sus obligaciones. Todavía faltaba un montón de papeles por arreglar. Teníamos que avisar a la compañía del seguro de defunciones para que hicieran los trámites del traslado. Llamamos y nos dijeron que la persona que se encargaba de esto no se encontraba allí, que estaba en Benidorm. Les pedí que, por favor, la localizasen y nos diesen una solución. El empleado localizó a esta persona y ésta, a su vez, dio las órdenes oportunas para empezar a preparar todo lo necesario para el traslado. Dos empleados llevaron dos ataúdes, uno de plomo y otro de madera, ya que, al tratarse de un traslado, las leyes decían que debía ser así. Los empleados introdujeron el cuerpo en la caja de plomo, que soldaron totalmente por fuera y que metieron, a su vez, en la caja de madera, y se aseguraron de que todo estaba bien. A continuación colocaron el ataúd en el coche fúnebre y salimos con dirección a Yecla.
Cuando llegamos a casa de mi otra cuñada estaban ya gran parte de los familiares y algún que otro vecino; también estaba el del seguro de defunciones de las oficinas de Yecla. Cuando le entregué los papeles que me dieron en Alicante me dijo: "los tengo en las manos y no puedo creer que, siendo domingo y en el mes que estamos, no falte ni un papel". Este señor decía que, cuando murió su madre, que por cierto lo hizo en Alicante, le costó casi dos días arreglar los papeles, y eso que fue en días laborables. El día quince de julio a las doce de la mañana le dimos sepultura a mi suegra en el cementerio de Yecla tal como había dejado dicho en vida.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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