miércoles, 12 de agosto de 2009

CONTINUAN LAS DESGRACIAS

Pido perdón por tener que retroceder al año mil novecientos sesenta y ocho para contar un triste suceso que le ocurrió a mi cuñado Pascual, casado con María, hermana de mi mujer.

Mi cuñado trabajaba en la fábrica de D. Juan Turu. Este señor se dedicaba a fabricar productos que se extraían del granillo de la vid, tales como alcohol y aceite, con los que se fabricaba jabón y creo que alguna cosa más. Pascual llevaba bastantes años en esta empresa. Las jornadas eran casi siempre de doce horas, en turnos rotativos. En la instalación de las máquinas había unas cintas transportadoras con sus correspondientes poleas. Todo marchaba estupendamente hasta que, a finales del mes de diciembre de este año, el viernes día veinte para ser más exactos, una de las poleas le enganchó la manga de la chaquetilla, con tan mala fortuna que también le enganchó el brazo derecho. Estuvo dando porrazos con su cuerpo en el techo y en el suelo hasta que, con los gritos, alertó a los compañeros de trabajo, que acudieron en su ayuda. El daño fue bastante grave. Los compañeros avisaron de inmediato a la casa de socorro para que viniesen una ambulancia y un médico. Se presentaron al momento con todo lo necesario, le llevaron a la casa de socorro, le hicieron las primeras curas de urgencia e inmediatamente fue trasladado a la clínica de San José de la Vega, en Murcia, recientemente inaugurada. Mi sobrino Julián me llamó a donde yo estaba trabajando y me dijo “tío, mi padre ha tenido un accidente en su puesto de trabajo y está hospitalizado en Murcia, se encuentra bastante mal pues le han amputado el brazo derecho a la altura del codo”.

Yo comenté con mis jefes el caso y les pedí permiso para ir a ver a mi cuñado. No hubo ningún problema. Eran las doce de la mañana, me marché a casa. Cuando mi mujer me vio llegar tan pronto me preguntó “¿es que pasa algo?”. No se lo conté todo. En cuanto comimos nos fuimos a la estación de Renfe a coger el primer tren con dirección a Murcia. Durante el viaje fui preparando a mi mujer para contarle toda la verdad de lo que había ocurrido. Cuando llegamos a Murcia eran ya más de las ocho de la noche. Cogimos un taxi para que nos llevase a donde estaba ingresado mi cuñado. Con él estaba solamente su mujer; los demás habían marchado antes a Yecla en autobús. Esa noche, y todo el día siguiente, estuvimos mi mujer y yo haciéndoles compañía. Además del brazo también tenía destrozado parte del tobillo izquierdo. Tuvieron que hacerle más de un injerto.

Entre unas cosas y otras mi cuñado tardó más de dos años en ponerse relativamente bien. Cuando le dieron el alta definitiva, su jefe se comportó muy bien con él, pues le admitió de nuevo en la empresa dándole el cargo de ordenanza. A su mujer la admitieron para hacer la limpieza de las oficinas. Estuvieron allí hasta que se jubilaron.

Aquí termina la historia del triste suceso de mi cuñado Pascual.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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