lunes, 9 de marzo de 2009

EL EXTRAPERLO Y OTRAS COSAS


Cuando daban pan, las cartillas de racionamiento tenían unos cupones que los panaderos marcaban con una x en cada cupón utilizando una pluma con tinta; pero si ibas temprano, a las 6 ó 7 de la mañana, los panaderos te los marcaban con un lápiz por no ir al despacho a coger la pluma. ¿Y sabéis que hacíamos nosotros?... cogíamos una goma de borrar y hacíamos desaparecer la marca que el panadero nos había puesto. De esta manera, cuando eran las 10 ó las 11 de la mañana, íbamos otra vez a recoger una nueva ración.

A veces transcurrían bastantes días en que no nos daban pan y lo pasábamos bastante mal. A los hornos que hacían el pan de racionamiento el gobierno les daba la harina. Dicho pan se repartía con unos carros tirados por caballerías. Cuando los chiquillos veíamos estos carros cargados de sacos ya sabíamos que al día siguiente tendríamos pan. Entonces cantábamos: ¡el carro de la harina, mañana hay pan¡... Todo el vecindario se enteraba de que al día siguiente teníamos asegurado el pan. En los hornos vendían también harina de maíz; pero era malísimo, y decíamos que, a falta de buen pan, buenas son tortas.

Por aquella época, también existía el extraperlo; pero la Guardia Civil ya se encargaba de perseguirlo. Como nosotros teníamos familia en Villena y en Yecla se fabricaba bastante jabón casero, mi madre compraba una cesta de este jabón y nos íbamos a Villena para venderlo o cambiarlo por alubias o maíz. Cuando mi madre no podía ir me mandaba a mí solo. Yo podía tener unos díez años. Cuando llegaba a Villena, mi tía me estaba esperando en la estación del tren de vía estrecha, que hacía el recorrido desde Cieza hasta Alcoy pasando por Yecla y Villena. Si el jabón lo vendíamos en las tiendas, mi tía me dejaba el dinero justo para el viaje de vuelta, y el resto del dinero me lo ponía en un bolsillo y lo cosía para que no me lo quitasen.

Como he comentado antes, yo me crié en el mercado. De vez en cuando también me ganaba algún dinerillo haciéndoles recados a las pescateras. Estas me mandaban a por hielo para ponérselo al pescado, porque en aquellos tiempos no había cámaras frigoríficas. Siempre caía alguna pesetilla...

Volviendo un poco a la época de la escasez de pan , los panaderos vendían pan de cebada con restos de paja. Si no tenías cuidado al comerlo, te podías ahogar en menos que canta un gallo.

Recuerdo que una noche mi madre me mandó a por una de estas barras y me dió un billete de 5 pesetas. En aquellos tiempos,en las calles apenas había luz; cuando fuí a pagar la barra de pan se me había perdido el dinero. Lógicamente la panadera no me dió el pan. Cuando llegué a mi casa y le dije a mi madre lo que me había ocurrido, me hizo volver por el mismo camino por donde había ido, a buscar las 5 pesetas. Desde mi casa hasta el horno fuí con la vista pegada al suelo, hasta que ¡por fin!... encontré las 5 pesetas. Durante la búsqueda del dinero iba yo como un perro de caza con la nariz pegada al suelo.

Otra vez me mandó mi madre a por unas alpargatas para ella; en esta ocasión me dió un billete de 25 pesetas. En esta alpargatería teníamos mucha amistad porque el dueño había estado en la cárcel con mi padre (a este señor le pusieron en libertad antes que a mi padre). Pues resulta que las 25 pesetas se me perdieron también. En esta ocasión sí que me dieron las alpargatas, pero fué por la amistad que teníamos. De la paliza no me libró ni la macarena; y es que, cuando fuí a la alpargatería, por llegar antes, me llevé un aro que yo tenía, y con la carrera que llevaba, las 25 pesetas se me salieron del bolsillo y las perdí.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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