miércoles, 4 de marzo de 2009

TRAS LA MUERTE DE MI PADRE

Mi hermano Martín se fué a trabajar al campo, a labrar tierras en una finca, y, por lo menos, tenía la comida segura y ganaba algo de dinero, aunque a cambio de mucha explotación y muy poca paga.
Mi hemano Pedro se puso a trabajar con los albañiles y muy pronto aprendió el oficio. El tiempo que le quedaba libre lo empleaba en aprender el oficio de barbero. Cuando empezaba a ganar algo de dinero le llamaron para incorporarse al servicio militar, pues pertenecía a la quinta del 45. Se chupó 30 meses de mili, con la mala suerte de que, cuando mi padre falleció, ni siquiera estuvo en el entierro. La mili la hizo en la provincia de Huesca, y le destinaron a los Pirineos, lindando con Francia.
El día en que falleció mi padre avisamos a la guardia civil y, como no se fiaban, subió un guardia a donde nosotros vivíamos para ver si era cierta o no la muerte de mi padre. Falleció el 13 de Diciembre. Estuvimos hasta el dia 16 esperando a ver si mi hermano llegaba para darle sepultura, pero no llegó a tiempo.
En casa estábamos mi madre, mi hemana y yo. La misión que yo tenía era ayudar a mi madre e ir a la escuela para aprender lo poco que nos enseñaban en aquellos tiempos. Lo que más aprendíamos era rezar y cantar el Cara al Sol. Cuando nos daban las vacaciones yo me dedicaba a recoger las boñigas que las caballerías cagaban por las calles, pero, éramos tantos chiquillos los que nos dedicábamos a lo mismo, que tenía que madrugar bastante si quería recoger un capazo. Las que yo recogía las empleábamos algunas veces para una pequeña viña que teníamos a cuatro o cinco kilómetros del pueblo de Yecla. Otras veces las vendíamos para hacer algo de dinero.
Muy pronto aprendí a vender en el mercado. Mi madre me ponía un puesto aparte del que ella tenía, y en él vendía yo cebollas, zanahorias, y otros artículos que se presentaran. Otras veces, y fuera de los puestos, vendía ajos tiernos o cerillas; en fin, lo que fuera.
El primer abrigo que yo tuve me lo gané recogiendo huesos de albaricoque, ¡ojo¡..., me los pagaban a veinticinco céntimos el kilo. El abrigo le costó a mi madre 70 pesetas. Ya os podéis hacer una idea de la cantidad de kilos que tuve que recoger; exactamente 270. Lo que yo hacía es que, en vez de acostarme para la siesta, me iba por las calles con un bote a buscar huesos de albaricoque. Aprovechaba que, como vendíamos en el mercado, cuando se quitaban los puestos, recogía bastantes.
Cuando esto ocurría yo tenía 8 ó 10 años. Por aquelos tiempos existían las cartillas de racionamiento puestas por el Gobierno. También existían los comedores de Auxilio Social.
De vez en cuando nos daban alguna que otra comida a los chiquillos. Cuando esto ocurría solían querer cortarnos el pelo al rape, porque decían que teníamos piojos; y no les faltaba razón. Yo tenía un vecino que se llamaba Agustín, y uno de los días en que estábamos en la fila para entrar al comedor, llegó uno de los que mandaban y dijo que, antes de entrar a comer, nos tenían que cortar el pelo a todos. Mi vecino me cogió del brazo y me dijo: "Juanín (que así me llamaban), ¡hoy no comemos, pero tampoco nos cortan el pelo!"..., me sacó de la fila y nos fuimos para casa , sin comer pero con pelo. Nuestras madres nos preguntaron qué era lo que había pasado. Nosotros se lo explicamos y nos dijeron que habíamos hecho bien, que ya comeríamos lo que fuese.

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LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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