Durante mi noviazgo, alguna que otra vez yo me quedaba a dormir en casa de mi amigo Pascual. Esto sucedía cuando alguna fiesta caía en viernes o lunes. Una de esas veces, como nos acostábamos en la misma cama, ésta se rompió por la parte de la cabecera y nos quedamos con los pies en alto y con la cabeza casi en el suelo. Eran como las tres y media de la noche. De inmediato traté de despertar a mi amigo, pero, como tenía un sueño muy profundo, no hubo forma de que despertase para arreglar la cama. Yo tenía que levantarme a las cuatro y media para coger el tren que me llevaría a Villena y que salía a las seis menos cuarto de la mañana. Viendo que mi amigo no se despertaba, no tuve más remedio que continuar en la posición en la que estábamos hasta que se hizo la hora de levantarme y marcharme.
Cuando al domingo siguiente se lo conté a mi novia, no se lo creía. Se convenció cuando, por la tarde, nos juntamos con mi amigo y su novia para irnos de paseo. Esta anécdota sale a colación, a pesar de los años que han pasado, cada vez que estamos en alguna reunión de amigos.
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