jueves, 20 de agosto de 2009

EL BAUTIZO

Una vez que mi mujer se recuperó casi del todo nos fuimos a Villena, también lo hizo su hermana Ana para estar un poco más de tiempo cuidando de mi mujer. En cuanto nos fue posible empezamos a hacer los trámites necesarios para el bautizo de nuestra hija. En el plazo de dos semanas ya estaba todo listo para su celebración.

El bautizo se llevó a cabo en la Iglesia de la Paz de Villena, y en la más estricta intimidad familiar. A los familiares de Yecla se les comunicó la fecha. Nos dijeron que, como hacía tan poco tiempo que había fallecido mi suegra, no tenían ganas de ninguna fiesta. Aunque se les dijo que no habría nada de fiesta, nos volvieron a insistir en que no pasaba nada si no estaban presentes. Lo único que se hizo fue una comida normal y corriente con alguna cerveza y poco más. Creo que no hice bien al no decir que, si las personas mayores no querían asistir, al menos los dos chiquillos sí que podían haber ido a Villena al bautizo de su prima. Incluso, mi cuñada Ana no se quiso quedar a la comida y se marchó a Alicante en cuanto se celebró el Bautizo. Reconozco que la culpa fue mía. Fue una de las tantas equivocaciones que uno comete a lo largo de la vida. A pesar de todo, puedo decir que, hasta ahora, jamás me ha echado nadie en cara ese fallo.

Recuerdo que el día de San José de ese año 1970, todavía nuestra hija no tenía ni dos meses, nos fuimos de paseo a un barrio que hay en Villena, en donde se celebra la festividad de este santo. Son fiestas populares. Por la noche, como despedida, hacen una procesión a la que acude todo el que quiere. Cuando la banda de música, que como en todas las procesiones desfilaba al final, llegó a donde nos encontrábamos nosotros con el cochecito y nuestra hija en él, comenzó a tocar. De inmediato se despierta y empieza a llorar como una gamberra. No hubo forma de hacerla callar. No tuvimos más remedio que salir corriendo con el cochecito para nuestra casa, que estaba a más de dos kilómetros de distancia.

Cada día que pasaba estábamos más contentos con nuestra hija. Se crió con el pecho de su madre hasta que tuvo veintidós meses. Hay que ver lo bueno y ventajoso que es tener esta oportunidad de criar una hija de esta manera, porque influye, principalmente en su salud porque apenas se ponen enfermas, y, por otro lado, repercute también económicamente, que es importante para una familia pobre.

sábado, 15 de agosto de 2009

¡NACE NUESTRA PRIMERA HIJA!


Seis de la tarde del día veintinueve de enero del año 1970.Mi mujer empieza a tener molestias. Se lo comunicamos al médico que la había tenido en tratamiento. Este le dice que, con los papeles que le había entregado, vaya a la Residencia para ingresar. Sobre las ocho de la noche, se van mi mujer, su hermana Ana y mi cuñado Pepe a la Residencia a ingresar a mi mujer. Una vez hecho el ingreso, acude el médico y está toda la noche pendiente de si puede o no dar a luz por sus propios medios.


Cuando me avisaron a mí, no había ya posibilidad de coger ningún medio de transporte para Alicante. A la mañana siguiente, mi madre y yo tomamos el primer tren que había para Alicante. Un taxi nos llevó hasta la Residencia. Se habían hecho ya las once de la mañana. Viendo el médico que no había sido posible dar a luz en toda la noche, a las siete de la mañana la llevan al quirófano para hacerle una cesárea y traer al mundo a nuestra primera hija. No hubo más problema. Nació con un peso de 3.200 gramos. Cuando mi madre y yo llegamos, estaba ya casi todo hecho. Paquita se encontraba todavía bajo los efectos de la anestesia.


Lo primero que hice fue dar un beso a mi mujer. Ella me dijo: “Juan, ¡ya tenemos una hija!, está en el nido o cuna, puedes ir a verla”. El lunes, dos de febrero, fui a los juzgados de Alicante para inscribirla en el Registro Civil. A los seis o siete días le dieron el alta a mi mujer. Nos fuimos a casa de su hermana Ana para que Paquita se repusiera allí lo antes posible. Estuvo en Villafranqueza casi un mes.


Ella se encontraba como una reina. Mis cuñados, a falta de hijos, estaban la mar de contentos con su sobrina. Hasta los perros que había allí mostraban su contento con la nueva huésped, sobre todo una perrita a la que llamaban Linda, que se encargaba de hacer de guardia. Cuando alguna vecina iba a ver a la chiquilla, Linda no la dejaba acercarse a la cama donde estaba acostada la niña, como diciendo ¡aquí no se acerca nadie! Debían intervenir mi mujer o mi cuñada.

jueves, 13 de agosto de 2009

UN NUEVO EMBARAZO

Cuando murió mi suegra, Paquita estaba ya embarazada de algo más de dos meses. Como es lógico, a todos nos afectó muchísimo la muerte, creo que a mi mujer más que a nadie por encontrase en estado; pero había que armarse de resignación y luchar por lo que llevaba en el vientre.
No fiándonos ya del comadrón de Villena, mi mujer se puso en contacto desde el primer mes de gestación con el ginecólogo que le había asistido en la residencia de Alicante en el primer embarazo. Este señor tenía clínica privada en Alicante. D. Enrique, Marín Acosta, que así se llamaba, puso un tratamiento a mi mujer para que el feto no se desarrollase mucho, con el fin de evitar, en la medida de lo posible, los problemas que tuvo la vez anterior a la hora de dar a luz. Las consultas particulares las cobraba a trescientas pesetas de las de antes, pero, al menos estábamos más tranquilos. Continuamos acudiendo a él hasta que, cuando faltaba un mes para dar a luz, mi mujer se marchó a Villafranqueza a casa de su hermana Ana. Allí estaría más tranquila y más cerca de la Residencia cuando llegara el momento. Yo estaba en Villena. Mi madre se encargaba de hacerme las comidas y todo lo demás. Los fines de semana me desplazaba a Villafranqueza para acompañar a mi mujer.
Así hasta que llegó el día veintinueve de enero del año 1970.

miércoles, 12 de agosto de 2009

CONTINUAN LAS DESGRACIAS

Pido perdón por tener que retroceder al año mil novecientos sesenta y ocho para contar un triste suceso que le ocurrió a mi cuñado Pascual, casado con María, hermana de mi mujer.

Mi cuñado trabajaba en la fábrica de D. Juan Turu. Este señor se dedicaba a fabricar productos que se extraían del granillo de la vid, tales como alcohol y aceite, con los que se fabricaba jabón y creo que alguna cosa más. Pascual llevaba bastantes años en esta empresa. Las jornadas eran casi siempre de doce horas, en turnos rotativos. En la instalación de las máquinas había unas cintas transportadoras con sus correspondientes poleas. Todo marchaba estupendamente hasta que, a finales del mes de diciembre de este año, el viernes día veinte para ser más exactos, una de las poleas le enganchó la manga de la chaquetilla, con tan mala fortuna que también le enganchó el brazo derecho. Estuvo dando porrazos con su cuerpo en el techo y en el suelo hasta que, con los gritos, alertó a los compañeros de trabajo, que acudieron en su ayuda. El daño fue bastante grave. Los compañeros avisaron de inmediato a la casa de socorro para que viniesen una ambulancia y un médico. Se presentaron al momento con todo lo necesario, le llevaron a la casa de socorro, le hicieron las primeras curas de urgencia e inmediatamente fue trasladado a la clínica de San José de la Vega, en Murcia, recientemente inaugurada. Mi sobrino Julián me llamó a donde yo estaba trabajando y me dijo “tío, mi padre ha tenido un accidente en su puesto de trabajo y está hospitalizado en Murcia, se encuentra bastante mal pues le han amputado el brazo derecho a la altura del codo”.

Yo comenté con mis jefes el caso y les pedí permiso para ir a ver a mi cuñado. No hubo ningún problema. Eran las doce de la mañana, me marché a casa. Cuando mi mujer me vio llegar tan pronto me preguntó “¿es que pasa algo?”. No se lo conté todo. En cuanto comimos nos fuimos a la estación de Renfe a coger el primer tren con dirección a Murcia. Durante el viaje fui preparando a mi mujer para contarle toda la verdad de lo que había ocurrido. Cuando llegamos a Murcia eran ya más de las ocho de la noche. Cogimos un taxi para que nos llevase a donde estaba ingresado mi cuñado. Con él estaba solamente su mujer; los demás habían marchado antes a Yecla en autobús. Esa noche, y todo el día siguiente, estuvimos mi mujer y yo haciéndoles compañía. Además del brazo también tenía destrozado parte del tobillo izquierdo. Tuvieron que hacerle más de un injerto.

Entre unas cosas y otras mi cuñado tardó más de dos años en ponerse relativamente bien. Cuando le dieron el alta definitiva, su jefe se comportó muy bien con él, pues le admitió de nuevo en la empresa dándole el cargo de ordenanza. A su mujer la admitieron para hacer la limpieza de las oficinas. Estuvieron allí hasta que se jubilaron.

Aquí termina la historia del triste suceso de mi cuñado Pascual.

viernes, 7 de agosto de 2009

VUELVEN LAS DESGRACIAS

Corría el mes de Julio del año 1969. Como ya comenté anteriormente, mi suegra se encontraba en casa de su hija Ana, en el pueblo de Villafranqueza, en la finca del médico de Madrid en donde estaban de guardas caseros. El día trece de ese mes, tal como acostumbraba casi diariamente, mi suegra fue a recoger un capazo de hierbas para los conejos que les gustaba criar. A las diez de la mañana, viendo mi cuñado que no volvía, salió a buscarla por donde ella acostumbraba recoger las hierbas. El susto fue tremendo al ver que estaba en el suelo y sin conocimiento; la levantó como pudo, la llevó a casa, e inmediatamente avisaron al médico de cabecera, el cual acudió pronto. Cuando el médico vio su estado les dijo a mis cuñados que difícilmente se podría salvar. Y, efectivamente, en la madrugada del día catorce, domingo, fallecía.

Ningún miembro de la familia tenía teléfono. Eran otros tiempos. Era dificultoso avisar a los familiares cuando había algún acontecimiento como el que nos ocupa. Así que, a las cuatro de la mañana del domingo, mi cuñado Pepe tomó un taxi para trasladarse a Villena y darnos la noticia. De primeras, para que mi mujer no se asustara, nos dijo que se había puesto enferma y que teníamos que ir a Villafranqueza. Aprovechando un momento en que mi mujer entró en el aseo, me dijo a mí que se había muerto. De Villena fuimos a Yecla para avisar a los otros familiares. Una vez en Yecla, ya se les contó la verdad. Mis dos cuñados y yo fuimos a Villafranqueza en el mismo taxi. Coincidió que el médico que tenía que certificar la muerte se marchaba de vacaciones esa misma mañana. Había dejado un sustituto, pero vivía en Alicante capital, y nosotros no teníamos más datos de él que el apellido, Rodríguez.Las cosas se estaban poniendo difíciles para empezar a arreglar papeles, trasladar el cadáver a Yecla y darle sepultura. Como era domingo estaba todo cerrado. Mi cuñado Pepe y yo bajamos a Alicante a buscar al médico que habían dejado de sustituto. Recorrimos ambulatorios y hospitales sin que nos diera nadie pista alguna. Se me ocurrió entonces ir a la Casa de Socorro y pedir la guía telefónica. Creí que con el apellido Rodríguez y que fueran médicos no podía haber muchas personas. Y así fue; encontré pronto un domicilio, calle Valencia número 7, detrás de la Plaza de Toros. Eran las ocho y media de la mañana. Fuimos al citado domicilio, llamamos a la puerta y una señora nos confirmó que era allí. Le explicamos al médico lo que pasaba. Nos dijo él que ya le habían notificado el estado en que se encontraba mi suegra antes de morir, nos acompañó y nos dio el certificado. Hasta ahí llegaban sus obligaciones. Todavía faltaba un montón de papeles por arreglar. Teníamos que avisar a la compañía del seguro de defunciones para que hicieran los trámites del traslado. Llamamos y nos dijeron que la persona que se encargaba de esto no se encontraba allí, que estaba en Benidorm. Les pedí que, por favor, la localizasen y nos diesen una solución. El empleado localizó a esta persona y ésta, a su vez, dio las órdenes oportunas para empezar a preparar todo lo necesario para el traslado. Dos empleados llevaron dos ataúdes, uno de plomo y otro de madera, ya que, al tratarse de un traslado, las leyes decían que debía ser así. Los empleados introdujeron el cuerpo en la caja de plomo, que soldaron totalmente por fuera y que metieron, a su vez, en la caja de madera, y se aseguraron de que todo estaba bien. A continuación colocaron el ataúd en el coche fúnebre y salimos con dirección a Yecla.
Cuando llegamos a casa de mi otra cuñada estaban ya gran parte de los familiares y algún que otro vecino; también estaba el del seguro de defunciones de las oficinas de Yecla. Cuando le entregué los papeles que me dieron en Alicante me dijo: "los tengo en las manos y no puedo creer que, siendo domingo y en el mes que estamos, no falte ni un papel". Este señor decía que, cuando murió su madre, que por cierto lo hizo en Alicante, le costó casi dos días arreglar los papeles, y eso que fue en días laborables. El día quince de julio a las doce de la mañana le dimos sepultura a mi suegra en el cementerio de Yecla tal como había dejado dicho en vida.

martes, 4 de agosto de 2009

COMIENZA UNA NUEVA ETAPA EN MI VIDA

Poco a poco mi mujer y yo nos íbamos haciendo la idea de lo que nos había ocurrido, pero teníamos que seguir luchando. Lo que más me interesaba a mí era mi puesto de trabajo, que tenía que defender a capa y espada. Me quedaba toda una vida por delante.
Recuerdo que una de las primeras nóminas que cobré en Forte, S.A. fue de unas 5.ooo pts. al mes. No es que fuese mucho dinero, pero estaba bien. De esa cantidad tenía que pagar una letra del piso, 502 pts. El resto, para comer y demás gastos. Por eso, en cuanto pude, no tuve más remedio que empezar a hacer chapuzas los sábados y domingos. Como ya comenté anteriormente, cuando nos casamos no teníamos ni muebles de comedor, sólo una mesa de cocina y otra en la salita de estar. Con el dinero que ganaba en los trabajos extras nos compramos los muebles del comedor, cuyo importe fue de 7.000 pts. Dado que no me faltaba el trabajo, lo pagamos en poco tiempo.

Tanto en la empresa como en el trabajo me sentía muy a gusto. Esta empresa se dedicaba a fabricar bloques de cara vista para fachadas con una máquina americana de las que en España solamente había tres, una en Madrid, otra en Sevilla y la otra en Villena. El material que esta máquina fabricaba era prácticamente desconocido en todo el levante español y había que promocionarlo lo antes y mejor posible. Así que lo primero que hizo Forte fue montar un equipo de vendedores comerciales para las provincias de Alicante, Valencia, Albacete y Murcia. Como técnico de montaje y asesoramiento me pusieron a mí. Yo tenía la ventaja de ser albañil.

Con todos estos medios y las instrucciones técnicas de los americanos se empezaron a montar en la fábrica una serie de muros como exposición de cara a los clientes. Al mismo tiempo se editó una revista ilustrativa que detallaba los pasos para el montaje de este nuevo material. Pronto empezó a dar sus frutos. A medida que pasaba el tiempo mayor era el número de nuevos clientes y nuevas obras, y aumentaba también el requerimiento que se me hacía para asesorar técnica y prácticamente a los albañiles y demás clientes. Todo esto motivó que yo empezara a viajar cada día más, conocer a personas del ramo, arquitectos, aparejadores, maestros de obras y, sobre todo, a los oficiales, que era con quienes más tendría que convivir para explicar los pros y los contras de estos nuevos materiales de cara vista que la Empresa Forte fabricaba.

Cuando yo entré a trabajar en la empresa Forte todos los que me conocían me preguntaban por qué, teniendo los conocimientos que yo tenía en mi profesión, no me dedicaba a trabajar por mi cuenta. Yo les respondía que, para trabajar uno por su cuenta, hay que ser, en un noventa por ciento de los casos, un poco de todo esto: un cara dura, un fresco, un ladrón y un sinvergüenza, y no hacer ascos a muchas cosas. Como yo no reunía esas condiciones no podía trabajar por mi cuenta,. Muchos me daban la razón porque en donde estaban trabajando les estaban haciendo lo que yo les decía.

Con el transcurso del tiempo aumentaba mi trabajo fuera de fuera de mi jornada en la fábrica. Hube de decir a mi hermano Martín que me ayudase. También se lo dije a mi cuñado Pascual. Este me contestó que no tenía necesidad de trabajar tanto; por eso vivió siempre de alquiler. Tambien se lo propuse al marido de mi prima Pilar, el cual me dijo que de acuerdo, que siempre venía bien ganarse algún dinero extra. La razón de que no nos faltara el trabajo extra era que, dondequiera que íbamos, trabajábamos con ganas, y, a la hora de cobrar, éramos bastante considerados y conscientes de que las personas que hacían una reparación era en su mayoría por necesidad. Estoy hablando de los años 68/69.

Por estos años FRANCO, sí, nuestro Jefe de Estado, transmitía el mensaje de que, aquí en España, cada uno podía trabajar las horas que quisiera; nos daba fútbol y toros en la tele cuando la mayor parte de las casas no disponía de televisor; había que verla en los bares. Con este sistema y con las horas extraordinarias no nos dejaba pensar en la politica, y nos tenía hipotecados. Había facilidad para trabajar las horas que uno quería, también para comprar en los comercios toda clase de electrodomésticos y pagarlos poco a poco. Por ejemplo yo compré una lavadora a mi mujer, que hasta entonces lavaba a mano. Fue una buena decisión para aliviar el trabajo de Paquita. Los fines de semana nos podíamos permitir el lujo de irnos a tomarnos unas cervezas al bar de la plaza de toros en donde hacían unos callos y unos caracoles que estaban para chuparse los dedos, todo esto lo hacíamos a fuerza de ser unos esclavos de nuestro trabajo.

LLegado a la jubilación, diviso mi vida como desde una atalaya: alegrías, miserias, trabajos, familia, amistades... Es como una película, la película de mi vida. Yo he tratado de presentar algunas cosillas en este sencillo blog. Es además, en cierta medida, el reflejo de lo que ha sido la vida de nuestra generación: carencias, sudor, lágrimas, y, también, algunos momentos agradables.

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